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Carlos Gil Arbiol: Los orígenes del cristianismo 4. La tercera generación Estos años van a estar marcados por una nueva estrategia: la de protección. Las nuevas circunstancias que van a marcar esta generación vienen, en gran me– dida, determinadas por el continuo crecimiento de las comunidades de creyentes en Cristo fruto del éxito misionero, como hemos descrito antes. Este crecimiento, al llegar al punto en el que estamos, traspasó una frontera significativa: los grupos de creyentes comenzaron á ser visibles en el imperio, se les empezó a conocer, a poner nombre y a hostigar con mayor claridad. La progresiva separación del ju– daísmo, el hecho de que adquirieran un nombre ante el imperio ("christiani") dejaba a los seguidores de Jesús sin el paraguas protector de la "religio licita" que era el judaísmo y les abocaba a ser una "superstitio" que estaba penada y per– seguida. Estos datos aparecen con claridad en algunos testimonios que nos han lle– gado hasta nuestros días. Así por ejemplo, Plinio el joven, legado imperial con facultades de gobernador en la provincia de Bitinia, en torno a1113 d.C., recibió de algunos ciudadanos denuncias contra los "christiani". Plinio declara su extra– ñeza por no haberse enfrentado antes· a este tipo de acusaciones y escribió una carta al emperador Trajano (98-117) para pedirle consejoS3. En ella dice que ha descartado la posibilidad de que sean conspiradores políticos, aunque obligaba a los acusados a rendir culto al emperador para descartar problemas (a los que se negaban los mataba); en cualquier caso los consideraba una "superstición mise– rable y absurda" ("superstitio prava et immodica,,)s4. Este ejemplo refleja muy bien el nuevo periodo que se abre con la mayor visibilidad pública: crece la hos– tilidad externa y, por si fuera poco, los conflictos internos. Estos conflictos internos en gran medida eran también fruto del gran cre– cimiento de los grupos de creyentes. Al ampliarse rápidamente el número de se– guidores, provenientes de estratos sociales diversos, de orígenes culturales diferentes y con intereses igualmente distintos, saltó el peligro de desviación doc– trinal y moral. No sólo traían nuevas preguntas, sino que, además, pfrecían nue– vas respuestas a las que se habían dado. Por otra parte, las influencias culturales 53 Cí. Gerd Theissen y Annette Merz, El Jesús Histórico (Salamanca: Sígueme, 1999), 100-102. 54 Plinio ei joven, Epístolas X, 96. Cf. David Álvarez Cineira, "El cristianismo en el imperio romano", en: Aguírre, Así ei'llpezó el cristianismo, 379-426.

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