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del mal causado por la injusticia (personal o estructural). El mal no es querido por Dios, pero existe porque las personas transgreden su voluntad; Dios, constituido último juez, condena a los transgresores, pero, en su misericordia, ofrece un modo alternativo a la muerte de todos (o a la destrucción del mundo, de la historia): la muerte de un inoc~n te..Esta explicación busca provocar en algunos la conversión yla obedienCia a las normas morales (aunque se encuentracon dificultades como la de la tendencia al mal inherente a las personas). Si~ e~bargo, la lectura que hemos hecho presenta una imagen de DiOS diferente, que no exige ni pide satisfacción; un Dios a quien la transgresión de los valores morales (de su ley) no le ofende, sino que le conmueve y le apasiona; un Dios a quien el mal no le enfurece, sino que le estremece y le angustia. Esta lectura descubre que la raíz del mal no está ni en Dios (que he hecho un mundo imperfecto) ni en la condición humana (que es mala por naturaleza), ni en la eterna lucha del bien y del mal. El mal, más bien, es fruto de la codicia, es decir, del deseo de remplazar a Dios, de querer acaparar el poder, de someter a los otros, de dominar. A la vez, esta lectura descubre que la codicia forma parte de la condición humana, que es endémica yperene (Rom 7,7-25). Por tanto, la única salida es que el objeto de codicia cambie, que la imagen de Dios a codiciar sea la del Dios vulnerable y humillado. Yde aquí se desprende un nuevo concepto de pecado que desarrolla esta perspectiva cristiana: el pecado no es la transgresión de una norma moral, sino el alejamiento o traición de la imagen del Dios crucificado, vaciado de toda prerrogativa y todo poder. De este modo, desde el punto de vista creyente estaría deslegiti– mada la aspiración al poder, al dominio, a la posesión porque sería contrario a Dios. La salida al mal es, en primer lugar, un cambio de mirada, un cambio radical en la imagen de Dios; y, en segundo lugar, la imitación de ese Dios crucificado que es vulnerable yse humilla para enaltecer al otro. Ante el error, la trasgresión e incluso la maldad, Dios no actúa exigiendo compensaciones o satisfacciones: sencillamente no las necesita. Ante el mal, al menos desde esta interpretación cristiana, Dios padece, sufre, se identifica con las víctimas, se humilla, se vacía de toda exigencia y ofrece reconciliación y amistad amando al malo (Rom 5,8). Sólo él lo puede hacer; de entre las personas, aquelJos que también actúan así son lo que imitan al Dios de Jesús. Las interpretaciones de la muerte deJesús 211
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