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La «riqueza de la pobreza» (2Cor 8)… 108 109 basado en su conocimiento (cf. 1Cor 8,1-13), Pablo invierte los criterios de clasificación internos colocando en el lugar privilegiado a los «necios», «débiles», «plebeyos», «despreciables», «los que no son nada». Incluso, por si no quedara claro, insiste a quienes se creen superiores: «¡Que nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios» (1Cor 3,18). Esta es la verdadera razón: Dios ha dado la vuelta a las clasificaciones al uso; lo ha hecho en la cruz de Jesús. Si el crucificado es el Señor, si los más insignificantes de la sociedad son los llamados, es que Dios ha invertido el mundo. Los últimos comienzan a ser los primeros, como había proclamado Jesús. Dios hace realidad el Evangelio de Jesús en la predicación de Pablo y en la comunidad de los elegidos (cf. Mt 19,30; 20,16; 20,24-28 y paralelos). En realidad, una comunidad que reconoce a un Señor como Jesús, un Señor crucificado, no puede ser de otro modo: está llamada a hacer realidad la sabiduría de la cruz, a ser los últimos con vocación de primeros, a no ser nada para serlo todo, a aceptar la necedad para ser sabios… Pablo concluye esta parte de la carta así: «Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1Cor 4,1). Sabía Pablo que el honor de un servidor, de un esclavo, dependía del honor de su amo; que participaba del honor de aquel a quien servía. Los creyentes en Cristo, haciéndose servidores, esclavos de Jesús, participan del mismo honor que él. El servicio, por tanto, aparece desde el primer momento como una clave de participación del destino de Jesús, como un modo de ser como Jesús el Señor. Al final de su vida Pablo aplicará la tradición de Jesús sobre el amor al enemigo a sus comunidades en estos términos: «Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran.Tener un mismo sentir unos con otros sin complaceros en la altivez, atraídos más bien por lo humilde; no os complaz- cáis en vuestra propia sabiduría… Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amon- tonarás ascuas sobre su cabeza» (Rom 12,14-21; cf. Pr 25,21-22). Este es el principio teológico que le lleva a Pablo a comprender también lo económico en un sentido simbólico, como hará con el servicio (cf. Rom 15,25.27.31; 2Cor 8,4.19-20; 2Cor 9,1). En 2Cor 9,13 Pablo hace la siguiente interpretación de la generosidad económica: «Experimentando este servicio, “los que reciben el dinero” glorifican a Dios por vuestra obe-
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