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1 Carlos Gil Arbiol Corintios XIII n.º 129 principio hermenéutico con el que leerán toda la vida. Pablo, por su parte, hizo de él su criterio preferido y, lógicamente, es el que sostiene teológica- mente la exhortación para la colecta. De este modo, los creyentes de las comunidades fundadas por Pablo, en su mayoría de origen pagano, expresarán con su solidaridad la acogida del Evangelio. Desprendiéndose de algunos bienes materiales imitaban a Cristo, se abajaban como él, se vaciaban en cierto modo. Además de enri- quecer a otros (los pobres de Jerusalén), ellos lograban un enriquecimiento que sólo se podía experimentar de ese modo. Algo ilógico, absurdo, estúpi- do había en todo ello. La cruz de Jesús no es algo lógico; en realidad resulta una locura; este es, de hecho, el presupuesto con el que Pablo comienza la Primera Carta a los Corintios y que marcará todo su mensaje. Este comienzo (1Cor 1,17-31) nos ofrece uno de los primeros testi- monios de cómo Pablo ha comprendido las consecuencias sociológicas del acontecimiento de la cruz. En este texto Pablo recoge magistralmente una de las aplicaciones de esa inversión simbólica: «Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado; escándalo para los judíos y necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabi- duría de Dios» (1Cor 1,22-24). Pablo, llamativamente, parece intensificar aquel rasgo de su predicación que resulta más estigmatizante: la muerte de Jesús en la cruz.Y, lejos de omitirlo, se convierte en la bandera, en el signo, en su identidad y en la de todo creyente. La vergüenza de proclamar que un muerto en la cruz, paradigma del deshonor, es el Señor, Pablo la invierte para convertirla en prototipo del honor. La explicación que Pablo desarrolla es sencilla y eficaz. Lo podemos descubrir en la interpretación que hace de la comunidad de los creyentes. Dice en 1Cor 1,26-28: «Mirad hermanos quiénes habéis sido llamados. No hay muchos sabios según el mundo, ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien los necios del mundo, para confundir a los sabios. Ha escogido Dios a los débiles del mundo para confundir a los fuertes. Los plebeyos y despreciables del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es». En un contexto de disputas internas (cf. 1Cor 1,11-13) en el que algu- nos, quizá los dirigentes, pretendían con «su sabiduría» un lugar privilegiado

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