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1 Carlos Gil Arbiol Corintios XIII n.º 129 Este «detalle» al que nos referimos es el último al que hace referencia Pablo en este párrafo: «que nos acordáramos de los pobres» (Gál 2,10); los de Jerusalén les piden a los de Antioquía que se acuerden de los pobres de Jerusalén, es decir, que les muestren su solidaridad. ¿Por qué esta petición de los de Jerusalén a los de Antioquía? ¿Qué relación tenía con el problema planteado? Judea no es precisamente la tierra que «mana leche y miel» (Ex 3,8); es una tierra pobre que apenas producía suficiente alimentopara los habitantes que tenía entonces.A esta escasez había que añadir el probable hecho de que algu- nos judíos observaran el precepto del año sabático (Lv 25,1-17; cf. 1 Mc 6,49), que hacía que los campos produjeran menos. La solidaridad y el hospedaje había sido una práctica habitual de Israel desde sus inicios (cf. Dt 14,29); los periodos de escasez y de hambre se compartían; los años de buenas cosechas también se compartían, especialmente con los últimos de la sociedad, como los huérfanos, las viudas y los forasteros (cf. Dt 24,19-21; 26,12). Todo ello significaba que Dios se preocupaba de los más débiles; que cuidando de ellos, Dios cuidaba de todo el pueblo. La solidaridad era un signo de que Dios cuida de su pueblo constantemente, en la escasez y en la abundancia; de este modo, la solidaridad tenía una función identitaria fundamental: aquellos con los que se compartía eran del mismo pueblo, eran lo mismo, de Dios. La solidaridad, por tanto, generaba sentido de pertenencia al pueblo elegido. Este doble sen- tido de la solidaridad (como signo de la bondad y cuidado de Dios, por una parte, y como signo de pertenencia, por otra) está, sin duda, en el fondo de la petición de los de Jerusalén a los de Antioquía. Así, en primer lugar, esa petición descubre la necesidad material de los creyentes jerosolimitanos con escasas posibilidades materiales y los recursos económicos de los creyentes antioquenos, que vivían en una ciudad grande, con gran comercio y no sometida a los años sabáticos. Si los de Antioquía habían recibido el Evangelio por la predicación iniciada por los de Jerusalén, bien estaba que los de Antioquía reconocieran y agradecieran aquel regalo compartiendo lo que tenían. Por tanto, quienes más tenían debían compar- tir con quienes menos tenían y la solidaridad se comprende aquí como un fruto del Evangelio. Y, en segundo lugar, y esto es lo más importante, esta solidaridad estaba generando unos lazos que jamás habían existido antes entre pueblos separados. La solidaridad que se había ejercido entre judíos en la tradición bíblica como signo de la bondad y el cuidado de Dios se pedía ahora no

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