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La «riqueza de la pobreza» (2Cor 8)… 104 105 de Antioquía: eran Pablo, Bernabé y Tito (cf. Gál 2,1). El motivo de esta reunión de dirigentes de dos comunidades tan distantes fue el creciente número de creyentes de origen pagano y las dificultades de convivencia que esto suponía para algunos judíos: estos no podían sentarse a comer en la misma mesa que los paganos sin incurrir en impureza, de acuerdo a las prácticas de pureza ritual judías vigentes en ese momento (cf. Hch 11,1-3). Muchos creyentes en Jesús de origen judío no tuvieron problema por esta impureza, porque consideraban que la fe en Jesús había redefinido las nor- mas de pureza, que había cambiado el modo de relacionarse con Dios; el Dios Padre del que hablaba Jesús era generosidad y solidaridad incondicio- nal y desbordante, que no pedía condiciones de pureza para relacionarse con él. De este modo, sin dejar de ser judíos, podían comer con paganos. Sin embargo, otros creyentes de origen judío creían que debían seguir siendo fieles a aquellas normas de pureza porque Jesús no las había suprimido, sino que las había interpretado de otro modo, más radicalmente. Este primer conflicto, uno de los más importantes del cristianismo primitivo provocó aquella primera asamblea en la que se debatía si la fe en Jesús era una condición suficiente para pertenecer al nuevo pueblo elegido por Dios (posición defendida por los de Antioquía) o, por el contrario, se debía exigir a los paganos la circuncisión para entrar en el grupo de creyen- tes (posición de algunos de Jerusalén). Estaba en juego algo fundamental: la comunión entre dos pueblos separados desde siempre. No es ahora el momento de hablar de las implicaciones teológicas y sociológicas de cada una de las posturas y de este debate, que es primera magnitud. Las dos posturas parece que obtuvieron un acuerdo que consis- tía en no pedir la circuncisión a los paganos, aunque sí exigirles otras cosas (cf. Hch 15,19-20). Lo que nos interesa en este momento es un particular «detalle» de la narración que de este hecho hizo el mismo Pablo, testigo de primera mano de esta asamblea. Su relato de este acuerdo es el siguiente: « 7 … Viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircun- cisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, 8 —pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles— 9 y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos. 10 Sólo nos pidie- ron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero» (Gál 2,7-10).

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