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La «riqueza de la pobreza» (2Cor 8)… 102 103 Este estilo de vida, indudablemente, deja huella en todos aquellos que descubrieron que Jesús era algo más que un profeta. Desde el punto de vista sociológico, cualquier observador plantearía la lógica continuidad de aquel estilo de vida entre sus seguidores tras la muerte de Jesús. Es muy probable que los discípulos (sobre todo si nos dejamos guiar por el evangelista Marcos) no fueran los más capaces para captar la hondura del mensaje de Jesús ni de su estilo de vida, pero es claro que las opciones que habían hecho con él les condicionaron. La vergüenza de la mendicidad había sido invertida simbó- licamente como signo de la pertenencia al grupo de los elegidos (cf. Mc 8,38 y par.; Lc 16,3), de modo que la pobreza y dependencia no les resultaban un modo de vida ajeno. La vuelta a sus familias originales no es fácil de concebir en todos los casos. Su forma de vida era, pues, dependiente y se pudieron ver abocados en algún caso a la miseria; la solidaridad que generaba el anuncio del reino de Dios y de Jesús el Señor fue el modo más significativo de continuar el estilo de vida de Jesús. Por tanto, los llamados «sumarios» del Libro de los Hechos que hemos citado antes son plausibles e históricos desde este punto de vista: la solidaridad fue, en primer lugar, una condición del Evangelio. Teniendo en cuenta esta forma de vida de Jesús, radicalmente vin- culada al anuncio del reino de Dios que estaba comenzando, los primeros seguidores de Jesús en Galilea y Judea comenzaron a poner en práctica la solidaridad porque era el modo de vivir y anunciar el Evangelio de Jesús tal como él lo había hecho. Se trataba de hacer visible aquello que Jesús había anunciado: que los pobres son bienaventurados porque de ellos es el reino de Dios, que los que dejaban casa y familia y bienes tendrían cien veces más, un tesoro en el cielo… Para poder vivir el Evangelio, los primeros segui- dores de Jesús practicaron la solidaridad: la renuncia a los bienes y la vida dependiente de los demás; así se comenzaba a hacer presente el reino de Dios. En la medida en que eran capaces de vivir esa solidaridad que había vivido y pedido Jesús, la vida comenzaba a ser Evangelio. La fe en Jesús había hecho que aquellos seguidores pusieran toda su esperanza en Dios: todo en la vida se convertía en signo de esa esperanza en que Dios iba a cambiar la historia, iba a hacer justicia, iba a hacer hijos suyos a todos, comenzando por aquellos que habían perdido la esperanza. Jesús se la devolvió haciéndose uno de ellos para traerles la esperanza. Esta forma de vivir, de ser Evangelio, desafió a toda la sociedad, especialmente a los más poderosos, porque cuestionaba valores centrales sobre los que se sostenía y presentaba otros alternativos antagonistas. La reacción social no pudo ser otra: su autoen- trega en la cruz parece afirmar la derrota y el fracaso de su Evangelio: los pode-
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