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1 Carlos Gil Arbiol Corintios XIII n.º 129 y orientar a su comunidad y que no reflejan necesariamente la historia, no cabe duda de que reflejan algo de ella. ¿No fue ese, precisamente, uno de los signos más característicos y llamativos del modo de vivir Jesús y sus discípulos en Galilea? 1. Jesús de Nazaret: la solidaridad como condición del Evangelio Jesús llevó una vida desarraigada desde el punto de vista económico y social: dejó a su familia (cf. Mc 3,21.31-35), su casa y los pocos o muchos bie- nes que tuviera, quedando «sin lugar donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). Sus discípulos abandonaron igualmente a sus familias y sus casas para seguirle (cf. Mc 1,16-20); a quienes querían seguir a Jesús, este les pedía renunciar a los bie- nes que tuvieran (cf. Mc 10,17-22) y al derecho a la herencia (cf. Lc 9,59-60); y a los que lo hacían les prometía una recompensa mayor (cf. Mc 10,29-30); así les enviaba totalmente dependientes de quienes les quisieran acoger (cf. Lc 10,4-9). Si añadimos a estos datos la cantidad de veces que Jesús ensalza a aquellos desarraigados, desclasados , excluidos por sus circunstancias econó- micas (cf. Lc 6,20-21 y par.; Lc 7,22 y par.; Mc 10,21 y par.; Mc 12,42-43 y par.; etc.), nos daremos cuenta de que no estamos ante un hecho secundario. Para Jesús, este estilo de vida no era únicamente una consecuencia inevitable del anuncio del reino de Dios; no se trataba de dejar a la fami- lia para no complicarles la vida; ni se asumía el desarraigo como un mal menor para poder estar más libre para el anuncio del Reino. Ese estilo de vida de Jesús formaba par te de su propio modo de anunciar que el reino de Dios ya estaba comenzando, que Dios tenía un mensaje de libe- ración para quienes estaban excluidos del sistema social y religioso, que la salvación que Dios ofrecía a través de Jesús debía alcanzar, especial y primeramente, a aquellos últimos. Los que no tenían nada, los marginados por cualquier razón, eran los primeros destinatarios de ese mensaje de salvación. Jesús no sólo lo decía, sobre todo lo vivía. Descubrió que allí, con los últimos, los que nada tienen y quizá nada esperan, comienza el proyecto de Dios para todas las personas. De modo que si el reino de Dios comenzaba donde estaban quienes nunca tuvieron nada o lo perdie- ron todo, había que ir allí, vivir con ellos, ser de ellos («Felices los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» [Lc 6,20]), porque de ahí nacería el horizonte de esperanza.
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