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La «riqueza de la pobreza» (2Cor 8)… 110 111 bido de Dios y cómo deseaba que todos los demás experimentaran el mismo regalo, deseando que en el día del Señor todos puedaran gozar de los mismos dones. Se trata, pues, en primer lugar, de la realización del amor cristiano, de la expresión de la unidad cristiana y, en cierto modo, de la esperanza escatológica cristiana. Si los judíos de la diáspora tenían por costumbre enviar dinero para el sostenimiento del templo de Jerusalén y así ayudaban a la limitada economía de Judea, no es extraño pensar que los creyentes en Jesús de las ciudades del Mediterráneo ayudaran económicamente a aquellos judíos creyentes en Jesús que difícilmente recibirían ayuda de otros judíos precisamente por su particular confesión. Si los periodos de escasez, años sabáticos y la venta de propiedades debemos tomarlos como datos históricos, la situación de los creyentes de Jerusalén estaba en desventaja económica con sus conciudadanos, entre otras razones, por ser coherentes con su fe en Cristo. Era, pues, de justicia mostrar también la solidaridad con ellos, que habían sido los iniciadores del movimiento que terminaría llevan- do el Evangelio a quienes ahora realizaban la colecta. Se trata, pues, también, de un reconocimiento a los primeros testigos de la fe en la resurrección y a los primeros creyentes en Cristo. Sin embargo, Pablo no comprende la colecta únicamente como una rela- ción bidireccional. Cuando instruye a los de Corinto sobre el modo de hacer la colecta (1Cor 16,1-4), menciona la que están realizando (o han realizado ya) en las comunidades de Galacia. Es, pues, un mecanismo de red, una estructura con- feccionada a modo de tejido en la que participan todas las comunidades. Con ella Pablo sienta una de las bases sociales más claras (junto con la hospitalidad y sus viajes y envío de colaboradores) para la universalidad de la Iglesia. Pablo ofrece una serie de datos interesantes sobre el procedimiento de la colecta: « 1 En cuanto a la colecta en favor de los santos, haced también vosotros tal como mandé a las Iglesias de Galacia. 2 Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas cuando llegue yo. 3 Cuando me halle ahí, enviaré a los que hayáis considerado dignos, acompañados de cartas, para que lleven a Jerusalén vuestra liberalidad. 4 Y si vale la pena que vaya también yo, irán conmigo» (1Cor 16,1-4). Este es, probablemente, el primer testimonio cristiano de la reunión de los creyentes «cada primer día de la semana». Es una cuestión discutida
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