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222 CARLOS GIL ARBIOL en la expansión del cristianismo) en las que se utilizaba; la relación que mantenian con el AT; su uso litúrgico, catequético o apologéti– co; el protagonismo (o no) de las mujeres; etc. Teniendo esto en cuenta vamos a tomar como ejemplo el deba– te a propósito de la «ortodoxia» de los libros sobre Jesús que, como hemos dicho, proliferaron en el siglo II. Muchos de ellos no preten– dían suplantar a los anteriores sino, más bien, completar puntos poco tratados o responder a una demanda creciente de material de– vocional (este es el rasgo que predomina, por ejemplo, en los evan– gelios de la infancia de Jesús, como el Protoevangelio de Santiago o el Evangelio de Tomás de la Infancia). Así, según afirma Larry Hurtado, entre los libros sobre Jesús que quedaron fuera «existe una pretensión elitista de que lo que se presenta es una interpreta– ción especial y a menudo secreta de Jesús y sus enseñanzas. Aquellos cristianos que no comparten el conocimiento extraordinario de los elegidos de estos libros sobre Jesús, por lo visto son incluidos entre los "borrachos" y los ignorantes y apenas se distinguen de los que no son cristianos en lo que concierne a su destino. En algunos casos hay alusiones polémicas directas a estos otros grupos cristianos, así como a quienes estos respetan como dirigentes»". En lo relativo a la concepción de Jesús, sigue Hurtado, <<no articulan la condición divina de Jesús en relación con el Dios uno del monoteísmo exclu– sivista»; la tendencia es subrayar hasta la exageración su carácter divino con elementos de la cosmovisión gnóstica (pleroma) hasta el punto de olvidar su humanidad. En realidad, lo que resultaba más bien se encuentran algunas afirmaciones nuevas que sometemos a vuestra conside– racióll» (EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica VI,12,4-6); su respuesta es de prudencia. Eusebio de Cesarea, siglo y medio más tarde, cuando este texto había sido excluido por el uso que los docetas hacían de él, reconstruye su historia ha– ciéndolo provenir, directamente, de los herejes (Ibíd., VI,12,1-6). Al]eer hoy el este texto parece claro que por sí no ofrece problemas doctrinales, sino algunas ideas que podían ser, y de hecho fueron, interpretadas como docetistas, lo que llevó a vincularlo con grupos sectarios y así a excluirlo de las listas. Cf. C. GIL ARBlOL. La «Reconstrucción» de la Biblia: Los apócrifos y la memoria, 65-68. 69 L.w, HURTADO, Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo pri– mitivo, 549.

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