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LA PLURALIDAD DE LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO... 219 ningún valor; incluso negaban la muerte en cruz de Jesús ya que Dios le libró de ella crucificando, en realidad, a Simón de Cirene 62 • Su interés se centraba en la iluminación, el conocimiento puro de la divinidad; Jesús es enviado por Dios para redimir la impura crea– ción de modo que ésa es su verdadera condición; su carácter histó– rico y carnal es relegado cuando no negado, de modo que no hay una preocupación ética por el próximo o por la justicia terrena. La cercanía de esta visión respecto del docetismo no resulta sorpren– dente. En contraste con esta visión encontramos a los montanistas y al Pastor de Hermas, para quienes los creyentes (los profetas) eran representantes de Cristo y exigían conductas rigurosas, ascéticas y éticas (ayunos, donativos ...) a fin de anticipar la llegada del reino de Dios anunciado por Jesús. Su preocupación por la justicia y el afán de que el Reino esperado llegue pronto contrasta con la despreocu– pación de los gnósticos; no obstante, podían coincidir con aquellos en el riguroso ascetismo, si bien por razones diversas 63 • En conjunto, esta tercera generación ofrece un panorama múl– tiple; los intentos de síntesis y unificación de la segunda generación, si bien dieron unos frutos válidos, no evitaron la radical pluralidad de formas de entender a Dios, al mundo y a los mismos creyentes. A comienzos del siglo II la multiplicación de tradiciones ofrece un panorama complejo y rico; no es posible reducir el cristianismo a un fenómeno unívoco, si bien tampoco sería acertado dejarlo al ar- 62 Cf. IRENEo DE LYON, Adversus Haereses 1,24,4: «Por eso, según dicen, no fue él quien padeció, sino un cierto Simón Cireneo, quien fue obligado a cargar por él la cruz (Mt 27,32). A éste habrían crucificado por error e ignorancia, pues (el Padre) le había cambiado su apariencia para que se pareciese a Jesús. Por su parte, Jesús cambió sus rasgos por los de Simón para reírse de ellos. Como era una Po– tencia sin cuerpo y la Mente del Padre ingénito, podía transformarse a voluntad. y de esta manera ascendió al Padre que lo había enviado, burlándose de ellos, los cuales no podían atraparlo porque era invisible. Quienes saben estas cosas, quedan liberados de los Principados hacedores del mundo. Por eso no debemos creer en el que fue crucificado, sino en aquel que vino a vivir entre los seres humanos bajo forma de hombre, al que imaginaron haber crucificado». 63 Cf. F. RIVAS REBAQUE, El nacimiento de la Gran Iglesia, en R. AGUIRRE, Así empezó el cristianismo, 449-452.
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