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218 CARLOS GIL ARBIOL Estos datos mencionados que radiografian a los falsos doctores tiene su contrapunto en unas referencias de los Hechos Apócrifos de Pablo y Tecla". Tecla aparece en este texto como una mujer com– prometida en matrimonio que al escuchar a Pablo renuncia a su destino para convertirse en apóstol; la ruptura de las expectativas sociales patriarcales le trae un sinfin de problemas con su familia y sociedad, hasta el punto de enfrentarse varias veces a sentencias de muerte (de las que sale milagrosamente indemne). Tecla represen– ta a las mujeres creyentes que no aceptaron el rol exclusivamente doméstico y sumiso que las pastorales querían asignarles; de este modo, los Hechos Apócrifos de Pablo y Tecla se convirtieron en le– gitimadores de otro modo de organizar la ekklésia, donde el modelo patriarcal no tenía el protagonismo de que gozó en la tradición deu– teropaulina 60 • Así, la comunidad aparece como una casa alterada en el que la mujer tiene mayor protagonismo; se concibe según un mo– delo de resistencia social. No obstante, además de las dificultades sociales que un modelo así tiene cuando se trata de perpetuarse en el tiempo, esta tradición de los Hechos Apócrifos estuvo fuertemente influenciada por corrientes encratitas que aumentaron la distancia respecto del mundo y lastraron su futuro. Respecto al segundo ejemplo, la tendencia gnóstica de algunos creyentes en Jesús (como los que aparecen tras tradiciones conteni– das en los evangelios apócrifos de Felipe, Judas o en Marción)61 les llevó a exagerar el mito cristiano frente a la historia de Jesús. Estos cristianos consideraban la creación y la historia, el mundo, como algo negativo, de modo que la persona histórica de Jesús no tenía 59 Para la versión bilingüe (griego-castellano), ver: A. PIÑERO SÁENZ - G. DEL CERRO CALDERÓN, Hechos apócrifos de los apóstoles, lI, Hechos de Pablo y Tomás, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2005, 733-773. 60 Cf. M.Y. MACDONALD, Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana, Verbo Divino, EsteBa 2004, 18(i-216. 61 Podríamos incluir, quizá, el Evangelio de Juan; de hecho, el primer evange– lio en ser comentado fue éste y por un gnóstico, Heracleon, en torno al 160 d.C.; cf. F. RIVAS REBAQUE, El nacimiento de la Gran Iglesia, en R. AGUIRRE, Así empezó el cristianismo, 445-448.

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