BCCCAP00000000000000000000785

LA PLURALIDAD DE LOS ORiGENES DEL CRISTIANISMO... 217 Respecto al primer ejemplo, ya hemos dicho que los autores de las cartas pastorales asumieron el modelo de la casa patriarcal para definir la ekklesia (1Tm 3,15). Esto significó que los roles y lu– gares en la comunidad venían, al menos inicialmente, definidos por la condición social de cada uno de sus miembros. Un claro ejemplo es la relación que los autores establecen entre la falsa enseñanza y el protagonismo de las mujeres en la comunidad. En la exhortación de 2Tm 3,1-17 se habla de «varones soberbios» y «rebeldes a los pa– dres», «temerarios», «con apariencia de piedad», «seductores» que «se introducen en las casas y conquistan a mujerzuelas cargadas de pecados y agitadas por toda clase de pasiones, que siempre están aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento de la verdad» (2Tm 3,2-7)". Para contrarrestar esta amenaza, el autor de la carta recomienda a Timoteo permanecer fiel a las «enseñan– zas, conducta, fe» de Pablo, asi como soportar las «persecuciones» (2Tm 3,10-12); el criterio de discernimiento no es tanto el contenido de esas falsas enseñanzas sino, sobre todo, saber «de quién se han aprendido» las enseñanzas (2Tm 3,14). Parece claro que la sana doc– trina está, fundamentalmente, vinculada a quienes la transmiten, más que a su contenido. Las cartas pastorales, consecuentemente, se detienen más en describir a los ministros fieles y establecer mecanis– mos de control sobre quienes transmiten la doctrina. No obstante, el contenido de esta falsa doctrina aparece mencionado en 1Tm 4,3, donde se dice, entre otras cosas, que esos prohíben el matrimonio. tenencia a un grupo particular o sociedad», algo así como el modo de ser y de conducirse en la vida. En cualquier caso lo recogemos para reflejar esa compleja relación entre la concepción de Jesús y las diferentes consecuencias morales que derivaron unos seguidores respecto de otros. 58 De éstos se dice también que tienen «la enfermedad de las disputas» y que les gustan las «discusiones sin fin» (cf. 1Tm 6,3-5), así como que caen en la tentación del dinero, de la «codicia insensata que arruina» (1 Tm 6,9); que «prohíben el matri– monio y el uso de alimentos» (1Tm 4,3), además de llamarlos «apóstatas». Más allá del juicio que emite el autor de esta carta, se puede percibir un cierto perfil; cf. 1. HOWARD MARsHALL, A critical and exegetical commentary on the Pastoral Epistles, T & T Clark, Edinburgh 1999, 52-55.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz