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270 CARLOS GIL ARBJOL personas), no ha restado valor a esa vocación liberadora y redento– ra de Yahvé en la historia. También el dios ambiguo que se muestra a la vez cercano y distante: afectuoso que como un novio es capaz de conquistar con lazos de amor y cariño a su novia y arbitrario e impredecible que se distancia y pone a prueba, como en el caso de Jeremías: «Cuan– do encontraba palabras tuyas, las devoraba; tu palabra era mi gozo y la alegría de mi corazón. Yo llevaba tu nombre, Señor, Dios de los ejércitos ... ¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga, y mi herida enconada e incurable? Tú me has hecho arroyo engañoso, de agua inconstante'. Yahvé me respondió: 'Frente a este pueblo te pondré como muralla inexpugnable: lucharán contra ti y no te podrán por– que yo estoy contigo para librarte y salvarte... » (Jer 15,10-21 NBE; cf. Jer 1,4-6; 3,19). Y no faltan otros que, con metáforas afectivas y familiares, pre– sentan a un dios padre que protege, alimenta y conduce con amor a sus hijos (Dt 14,1; Is 1,2); o a un dios madre que ha engendrado, amamantado y cuidado a sus hijos y que de ningún modo puede permitir que le suceda nada malo (Num 11,12; Is 46,3-4; 49,15; 66, 13): <<Escuchadme casa de Jacob, resto de la casa de Israel, con quien he cargado desde el vientre materno, a quien he llevado desde las entrañas: hasta la vejez yo seré el mismo, hasta las canas yo os sostendré; yo lo he hecho y yo os seguiré llevando, yo os sostendré y os libraré» (NBE Is 46,3-4). «Dice mi pueblo: "Yahvé me ha aban– donado, el Señor me ha olvidado". Pero, ¿acaso olvida una madre a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas lleguen a olvidarse, yo no me olvido>> (BJ Is 49,15). «Como aquel a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados>> (BJ Is 66,13) ... Todo este conjunto de imágenes podría arrojar una impresión de ambigüedad o arbitrariedad; incluso de confusión. No debemos olvidar, no obstante, que las imágenes de Dios en la Biblia son, en buena parte, el reflejo de un proceso dinámico de encuentro y descu– brimiento de Dios que halla su culminación en la historia de Jesús.

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