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266 CARLOS GIL ARBIOL el sufrimiento hasta la muerte no es un mal menor, es un coste des– mesurado y desproporcionado; es, sobre todo, un precio injusto si era <<necesario para la salvación». ¿Por qué debe sufrir una persona para que muchos fueran redimidos? ¿Por qué Jesús <<debía>> sufrir y morir para lograrlo? ¿Por qué era «necesaria» una muerte para salvar al resto? ¿No era posible que Dios redimiera a toda la huma– nidad sin la mediación <<necesaria>> de una víctima inocente? ¿Qué lógica y qué dios pueden legitimar aquella doctrina de la necesidad de una víctima? Estas preguntas van directamente dirigidas contra la línea de flotación de muchas teologías, algunas hegemónicas y sancionadas eclesiásticamente. Hasta la misericordia de Dios mostrada en la cruz de Jesús pue– de resultar una aberración. La lectura sacrificial de la muerte de Je– sús que liberó del pecado a la humanidad a cambio de la muerte de un inocente ha sido una constante: Rom 5,8, un texto sobresaliente, por otra parte, tiene el peligro de leerse mal: <<Así que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecado– res, murió por nosotros>>. Demasiadas veces se ha interpretado la muerte de Jesús como un instrumento, un medio de perdón o recon– ciliación, como un sacrificio que ejerce de moneda de cambio: Jesús devolvía a Dios una deuda o aplacaba su ira o compensaba un daño causado por su pueblo. Esto ha traído consecuencias teológicas fu– nestas (como dijo Jurgen Moltman hace muchos años), una de las cuales ha sido hacer increíble la misericordia de Dios. La muerte de Jesús es la muerte de una víctima de la injusticia, de la violencia, de la codicia y del afán de poder de algunos pode– rosos, que vieron en su vida, en sus palabras y hechos, un desafío al ejercicio de su poder. Debemos sacar de la ecuación de la muerte de Jesús a Dios (como si este fuese el destinatario, el beneficiario inme– diato de un bien con el que negocia); Dios no espera su muerte, ni la busca, ni la quiere, ni la necesita... El grito de abandono que se oye en la cruz (<<¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?», Me 15,34) es el modo de explicar esta ausencia: Dios no utiliza esa muerte como pago o compensación por deudas u ofensas; Dios no está esperando el sacrificio de la vida de su hijo para conceder el

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