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281 En la Carta a los romanos (Rom 9) Pablo explica, de modo igualmente desconcertante, que Dios, para custodiar su voluntad de amar incondicionalmente, esto es, sin que nada ni nadie pueda influir en esa voluntad de amar a todos, ha decidido mostrarse apa– rentemente arbitrario. Así, explica Pablo, Dios puede parecer injus– to porque prefirió a Jacob y no a Esaú, que era el primogénito. Sin embargo, sigue Pablo, si Dios hubiera seguido las reglas lógicas que permiten prever las preferencias de Dios, sería manipulable. Dios custodia su decisión de ser misericordioso detrás de una barrera de libertad que, en ocasiones, puede confundirse con la injusticia o con la arbitrariedad. La frase de Ex 33,19 que Pablo recoge es muy elocuente: «yo tengo misericordia de quién quiero y compasión de quien quiero» (Rom 9,15). En el fondo, concluye Pablo, «no se trata de la voluntad o del esfuerzo, sino de que Dios es misericordioso» (Rom 9,16). Tan sustantiva es la misericordia de Dios que hasta el aparente rechazo de Dios, sea Israel o sean víctimas injustas de violencia y desigualdad, Pablo lo convierte en llamada a la misericordia: «Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, para que no pre– sumáis de sabios: el endurecimiento parcial que ha padecido Israel durará hasta que entren todos los gentiles. De ese modo, todo Israel se salvará, como dice la Escritura: vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades. Y esta será mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados>> (Rom 11,25-27). Hasta que los últimos (aquellos a los que nosotros excluimos por impíos, inmorales...) no tengan un lugar como hermanos en– tre nosotros (los que los hemos excluido porque nos consideramos moral o religiosamente mejores) el reino de Dios no podrá crecer. Pablo se atreve a leer la historia, con sus fracasos, sus sombras, los gemidos de los pueblos, como una llamada a mirar como Dios: las víctimas nos denuncian y nos demandan un modo de vivir que las incluya como hermanas. Este es el nuevo horizonte del seguidor de Jesús: no el cumplimiento de ninguna ley sino la mirada compasiva del que creo que merece mi desprecio.

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