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LA MISERICORDIA DESDE LAS VÍCTIMAS 275 en esos momentos finales; para ellos, Jesús experimento la presencia de Dios como una presencia silenciosa, imperceptible ... como si no estuviera. Para los discípulos de Jesús, aquellas palabras reflejaban, no el sentimiento de abandono (el salmo 22 acaba con una afirma– ción de confianza en el silencio: «Cuando yo ya no viva, mi descen– dencia le servirá, y contará su justicia al pueblo que está por nacer, y dirán: "Así actuó el Señor"»), sino una característica radical del Abba de Jesús: su aparente ausencia, su presencia silenciosa. El Dios de Jesús es así: silencioso, no interviene, se mantiene en un discreto lugar hasta el punto de que resulta muy difícil de descubrir. Su presencia parece ausencia porque no actúa como mu– chos esperan de él, cambiando el curso de la historia, deshaciendo los nudos que nosotros hacemos, imponiendo nuestra justicia, ac– tuando como nosotros lo haríamos, cumpliendo nuestros deseos... , sino respetando, confiando en Jesús y en las personas, dejando que tomen sus propias decisiones y que asuman sus responsabilidades, aún a costa del rechazo y del dolor por las víctimas. El Dios de Jesús no actúa evitando las víctimas de nuestra violencia, injusticia y des– igualdad, ni castigando o vengándose de sus verdugos; no va desha– ciendo nuestros desmanes ni nuestros horrores; confía en Jesús, en las personas, para que ellas asuman su responsabilidad. (Lo mismo cabe decir de la «tumba vacía»; los relatos más an– tiguos explican el misterio de la resurrección sin pretender recons– truir la historia con la descripción de la intervención de Dios; imi– tan a mostrar un vacío, una ausencia, una tumba vacía; Dios está presente también en la resurrección de Jesús, obviamente, pero de un modo misterioso que no se puede explicar: sólo se percibe una ausencia, un vacío. Este es el modo de estar Dios en las historia de Jesús y en la de sus seguidores). No es un dios intervencionista ni paternalista, es Padre que confía y sigue confiando aún a pesar de los rechazos y fracasos. Esta característica del Dios de Jesús podía resultar desconcer– tante porque no responde a las expectativas que los demás judíos como Jesús, incluidos sus discípulos, tenían de Dios. Sin embargo, es coherente con la que se revela en la vida de Jesús: se trata de un

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