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274 CARLOS GIL ARBIOL plazco» (EÚÓÓK~oa en griego; ver: Is 42,1). Este verbo, EÚÓoKÉw, se podría traducir también por «estar de acuerdo», «aprobar», <<acep– tar por bueno [lo de otro]». Dios está manifestando su confianza total en Jesús, está declarando que aprueba, acepta, confía en Jesús para llevar a delante una tarea. Es como si los seguidores de Jesús, al transmitir la experiencia que Jesús tuvo de Dios, estuvieran di– ciendo: el Dios de Jesús es un Dios que ama y confía, que ama con– fiando, acepta la vida de Jesús porque le ama, ama de ese modo que sólo se puede expresar con la confianza, la fe. Dicho de otro modo: Jesús confía en que Dios confía en él. Esta es una característica sobresaliente de la experiencia reli– giosa de Jesús, sobre todo porque adquiere en su vida un peso deter– minante: Yahvé Dios es padre que confía en Jesús, su hijo. Y lo hace de un modo tan confiado y absoluto que resulta desconcertante, porque acepta la vida de Jesús, sus decisiones, su camino, sus dichos y hechos, como propios. Sobre todo, acepta su destino libre: acepta que Jesús, por vivir en coherencia con su forma de hablar y actuar, sea rechazado por las autoridades religiosas y por parte del pueblo; y lo hace sin intervenir, sin cambiar el curso de la historia para que sea de otro modo. Esto es lo que se subraya en el segundo de los textos menciona– dos, la muerte de Jesús. Podría parecer que aquí no se está hablando de la relación de Jesús con Dios sino de su ausencia, pero sería un error. Lo que los discípulos de Jesús recuerdan en este momento (como lo hacen en el relato del bautismo) es que la apariencia en– gaña. Dios permanece en silencio, sin descubrir su presencia, aun a costa de que ese silencio sea interpretado como ausencia. Este recuerdo conserva las últimas palabras que pronuncia Jesús, pala– bras de aparente abandono y ausencia: <<¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Me 15,34, palabras tomadas, como en el caso del bautismo, de la Biblia hebrea, del Sal 22,2). Esta frase suscita, entre quienes le oyen, extrañeza, desprecio y burla (<<¡dejad a ver si viene Elías a descolgarle!», Me 15,36). De nuevo, los segui– dores de Jesús encontraron en este salmo el mejor modo de expresar lo que entendían era la experiencia que Jesús tuvo de Dios, incluso
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