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227 Carlos Gil Arbiol REVISTA BÍBLICA 2018 / 3 4 esperanza para el sentido de la vida, la muerte y el más allá; una urgencia es- catológica sobre el fin de la historia y la llegada de un tiempo de justicia y recompensa.Yo propongo aquí que, además de estas razones (y otras, como el cuidado de los enfermos en epidemias o la alta fertilidad, que propone R. Stark 72 ), el paradójico mensaje de la cruz jugó un papel determinante: Pablo propuso vivir en el Imperio de acuerdo con la cruz, y esta propuesta fue atractiva. ¿Qué podía significar para aquellos que escucharon a Pablo la invi- tación a “vivir crucificados” (Gal 2,19-20)? ¿Qué atractivo podían ver en el señorío de un crucificado aquellos que aborrecían esa idea y esa imagen (1 Cor 2,2)? ¿Cómo puede atraer una forma de vida que imitaba la cruz (Gal 6,14)? En realidad, estas preguntas, así formuladas, tienen trampa, porque parecen suponer que ese “mensaje de la cruz” era negativo o difícil de entender. Pero parece que el contenido tenía una proyección muy posi- tiva que ofrecía un modo esperanzado de entender el mundo y, sobre todo, estrategias para hacer la vida cotidiana más plena. Puede ayudar a comprender este aspecto la popularidad que tenían ya algunos cultos orientales que se habían generalizado en Grecia y habían llegado hasta Roma: los de Isis y Osiris o el de Dionisio, por ejemplo 73 . Una de las razones de estos cultos populares es que ofrecían una visión alternativa a las imágenes dominantes de la divinidad; estos dioses orien- tales tenían experiencia del sufrimiento, incluso de la muerte y vuelta a la vida; eran divinidades que ofrecían modelos para comprender el dolor y la desaparición física con una proyección en una vida posterior a la muerte 74 . Como hemos mencionado antes, los helenistas habían desarrollado una identidad como creyentes en el Mesías crucificado cuyo centro estaba en el acontecimiento de la cruz. Pablo transmite esta centralidad mediante unos rituales que reviven el aparente horror de la cruz y permiten experimentar- lo de un modo cargado de sentido y con consecuencias transformadoras. No es casual que Pablo recuerde que el rito de incorporación a la ekkl ē sía, el bautismo, sea precisamente una crucifixión con Jesús (synestaur ō th ē ): “¿Es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte…” (Rom 6,3-4). Igualmente, la ceremonia ritual que mantie- ne la pertenencia a la ekkl ē sía resulta ser un recuerdo de la muerte de Jesús: “Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la 72 Cf. S tark , La expansión del cristianismo, 73-91 y 93-120. 73 Cf. E ngels , Roman Corinth . 74 Cf. G il A rbiol , “La casa amenazada”.
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