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223 Carlos Gil Arbiol REVISTA BÍBLICA 2018 / 3 4 de Jesús con el sentido teológico que descubrió. La cruz no fue un acciden- te, una mera consecuencia histórica de las decisiones vitales de Jesús; este punto no tiene peso en la teología paulina. La cruz fue, en un primer mo- mento, una revelación paradójica y trascendente de la identidad del Cruci- ficado, pero, en un segundo momento, de la identidad de Yahvé; esta es quizá una intuición típicamente paulina. La tradición judía que Pablo había recibido y de la que era “celoso” le había llevado a esforzarse, quizá “exa- geradamente”, por imitar a Dios tal como él creía: cumpliendo la Torá para reflejar la pureza y santidad deYahvé. Sin embargo, la misma Ley le había mostrado su imposibilidad de cumplirla, porque ponía el modelo a imitar a demasiada distancia de Pablo: Pablo nunca llegaría a reproducir aquella pureza y santidad deYahvé. Camino de Damasco descubrió una nueva ima- gen de Dios, la de un Dios abajado y entregado en el Crucificado, cuya imagen no era inalcanzable, porqueYahvé había hecho el ejercicio de reco- rrer el camino que los separaba para unirlos 59 . Esto supuso una revelación que permitió a Pablo recuperar las raíces de su propia tradición: su identi- dad como judío celoso permanecía intacta; su voluntad de reproducir la imagen de Yahvé se fortaleció; el deseo de ahondar su compromiso con la alianza se ahondó. El Crucificado cambió, no obstante, el sujeto y el objeto de todo ese empeño. El Dios que buscaba imitar tenía un rostro accesible desde las limitaciones de Pablo y se podía reflejar como un espejo (cf. 2 Cor 3,18), puesto que el modelo que había que reproducir había cambiado: se trataba de imitar a aquel que había muerto en la cruz. 4. La cruz como propuesta paradójica para vivir en el Imperio Este empeño, reflejar “con el rostro descubierto, como en un espejo, la gloria del Señor”, era asimismo una tarea que iba “transformándo(le) en esa misma imagen” (2 Cor 3,18), en la medida en que Pablo reconoce: “Con el Mesías estoy crucificado; ya no vivo yo, es el Mesías quien vive en mí” (Gal 2,19-20; 6,14). La imitación del Crucificado (cf. 1 Cor 11,1; 1 Tes 1,6) se convierte en un horizonte, en una misión, en un proyecto que lanza a Pablo a renovar Israel desde esta experiencia: “Hasta el día de hoy per- manece ese mismo velo en la lectura de la antigua alianza, y no se levanta, pues solo en Cristo desaparece. Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Y, cuando se convierta al 59 En este sentido se sitúa el trabajo de B arclay , Paul and the gift .
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