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215 Carlos Gil Arbiol REVISTA BÍBLICA   2018 / 3 4 cruz, sino todo lo contrario: se convirtió en un hecho teológicamente rele- vante precisamente por la resurrección. La reivindicación de Jesús por par- te de Dios, su exaltación (hyperypsó ō , Flp 2,9), reveló que Dios no había estado ausente de la muerte de Jesús (cf. Mc 15,34) y que, por tanto, aque- lla muerte tenía un sentido, una palabra nueva sobre Dios. Las experiencias de encuentro con el Resucitado obligaron a mirar a la cruz buscando el sig- nificado de aquella aparente ausencia, del silencio de Dios. No sorprende, entonces, que el primer impacto del acontecimiento vocacional de Pablo sea la comprensión de su propia vida como la del Crucificado: “Con el Me- sías estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que el Mesías vive en mí” (Gal 2,19-20)  31 . Podríamos decir que Pablo tiene experiencia de que el Resuci- tado se le aparece como el Crucificado. La certeza de su exaltación y rei- vindicación por parte de Dios le descubre –le revela, Gal 1,16– que tiene los rasgos del Crucificado (1 Cor 2,2)  32 . Es completamente diferente, res- pecto a las consecuencias que se obtienen de esa experiencia extraordina- ria, que la identidad del Viviente con el que Pablo se encuentra –que Dios le revela o le hace ver– sea la de una figura que se ha desprendido de los res- tos de su muerte en cruz –las heridas y su fracaso– o de una que las lleve como signos de identidad, como palabras escritas en esas heridas. El caso de Pablo es claramente el segundo, y esta experiencia extraordinaria condi- cionó toda su vida, como la del resto de seguidores de Jesús que la compar- ten  33 . Probablemente de esto está hablando Pablo, de la imagen del Cruci- 31  Cf. Gal 6,14; 1 Cor 2,2; 2 Cor 3,18, etc. Las referencias al impacto profundo que la unión con el Crucificado tuvo en Pablo reflejan lo que se ha venido a llamar experiencias extraordinarias; cf. M iquel P ericás , “Experiencias religiosas extraordi- narias en los orígenes del cristianismo”, 29-36. 32  “Ser golpeado por la terrible convicción de que uno es totalmente dependien- te de procesos que están más allá de su propio control es la posibilidad de experi- mentar gracia y gratitud, si la propia mente no se colapsa totalmente en la expe- riencia”, W ildman , Religious and spiritual experiences, 94. 33  “Cuando una crisis personal o social ha generado una dislocación entre los paradigmas de sentido y la realidad que se impone (una ‘disonancia religiosa’, por ejemplo), se hace necesaria la búsqueda de nuevos modelos que respondan cohe- rentemente a la percepción de la realidad. Esta búsqueda comienza dentro de la propia tradición y se realiza mediante el ensayo-error, hasta que el modelo más coherente con la nueva realidad permite recuperar la coherencia. En tal caso sur- girá un nuevo relato de los acontecimientos, desde el punto de vista del paradigma que explica mejor la realidad, en el que se contemple la nueva identidad del sujeto y los nuevos objetivos vitales. Es, en resumidas cuentas, un proceso por el que ob- tener sentido, una vez que este ha desaparecido, ante las nuevas circunstancias de la realidad que se impone”, G il A rbiol , “Así vivían los primeros cristianos”, 77; cf. M c N amara , The neuroscience of religious experience, 46-47.

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