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211 Carlos Gil Arbiol REVISTA BÍBLICA 2018 / 3 4 3,13: “Si un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado, lo colgarás de un árbol. No dejarás que su cadáver pase la noche en el árbol; lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios . Así no harás impuro el suelo que Yahvé, tu Dios, te da en herencia”. La idea de la pure- za y santidad de Yahvé explica esta lectura: aquel crucificado no podía te- ner más interpretación que la maldición que suponía para la tierra de Israel. Para los helenistas de Damasco, como hemos dicho, aquel crucificado era el Siervo de Yahvé, y su humillación, su muerte en cruz, la que trae la paz y cura: “¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales he- mos sido curados” (Is 53,4-5). Esta doble lectura sitúa el enfrentamiento entre Pablo y los helenistas en el marco del judaísmo, como un debate in- terno sobre los modelos de la propia tradición para interpretar correcta- mente la realidad. De este modo, Pablo conoce al Crucificado desde una nueva perspectiva, con un insólito rostro, con un significado inesperado. Cabría preguntarse qué efecto real pudo tener esta interpretación en un simpatizante fariseo como Pablo que tenía muy clara su vinculación “exagerada” (hyperbol ē ) hacia las costumbres heredadas y el valor de la Torá, que lanzaba una maldición hacia aquel crucificado. Un texto muy discutido de sus cartas puede arrojar algo de luz. Muchos años más tarde de que ocurriera el acontecimiento de Damasco, Pablo escribe a los creyen- tes en Cristo de Roma, a los que no conocía, presentándoles su misión y su visión, su Evangelio (Rom 1,16-17). Tras demostrar que judíos y gentiles están ante Dios en las mismas condiciones (si bien los judíos deberían ha- ber aventajado a otros por su cercanía con Yahvé, pero no lo han hecho), Pablo aporta en Rom 7,7-25 un testimonio personal 23 . En él explica la 23 Cf. S tendahl , “The apostle Paul and the introspective conscience of the west”. Stendahl es correcto al subrayar que el centro de Rom 7 (como de otros pasajes similares) es la defensa de la Ley y de su valor, y que no está haciendo un juicio ne- gativo sobre la conciencia humana a partir de la experiencia de pecador de Pablo. Sin embargo, no parece captar las consecuencias que su argumentación tiene al afirmar Pablo la incapacidad de toda persona (todo judío como él, el “yo” enfático del texto) de dejar de “codiciar” y, por tanto, de observar la Torá. El problema, en esto es correcto Stendahl, no está en la Ley; pero está en la persona (toda persona, no solo el judío) por el dominio de la “carne”, la tendencia a la codicia, que le impi- de su cumplimiento; Stendahl parece ignorar este aspecto fundamental de Pablo. Los intentos de identificar el yo con otros sujetos, como un creyente gentil en Cris- to, no son satisfactorios; por ejemplo: S towers , A rereading of Romans; W asserman , The death of the soul in Romans 7; Fredriksen, Paul: the pagans’ apostle .
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