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207 Carlos Gil Arbiol REVISTA BÍBLICA 2018 / 3 4 Resulta innegable el protagonismo que tuvo la resurrección de Jesús para el inicio del movimiento en su nombre. Aquellos que le habían seguido de Galilea a Jerusalén, junto con los que se habían unido en el camino, expe- rimentaron el apresamiento y posterior ejecución de Jesús en la cruz como un fracaso que acabó con las expectativas que habían depositado en él 8 . Las fuentes son unánimes en referir unas experiencias (en forma de visiones, audi- ciones o apariciones) que cambiaron aquella situación y les impulsaron a pro- seguir el anuncio de la próxima llegada del reino de Dios. Sin embargo, y paradójicamente, esos testimonios y las experiencias particulares a las que aluden no lograron olvidar ni relativizar la muerte en cruz de Jesús, sino todo lo contrario: la convirtieron en el centro de sus relatos más antiguos y de sus rituales más importantes, es decir, de lo más genuino de su identidad. En efecto, el relato premarcano de la pasión que sirvió como base de los evangelios canónicos y que circuló muy pronto entre los seguidores de Jesús está centrado en los acontecimientos de su prendimiento, juicio y muerte, y apenas tiene peso el anuncio de la resurrección 9 . Parece que su objetivo era acompañar al lector/oyente para que pudiera experimentar ese via crucis al estilo de Jesús 10 . Por su parte, tanto el ritual de incorporación al grupo (bautismo) como el de permanencia (comida) son recogidos en las fuentes que se remontan a los helenistas como ritos de paso cuya fase limi- nal es la experiencia de la muerte de Jesús: “¿Es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte […] Nuestro hombre viejo fue crucificado con él” (Rom 6,3-6); “El Señor Je- sús, la noche en que era entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: ‘Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía’ [...] Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz anun- ciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11,23-26). Ambos textos son tradiciones o prácticas que Pablo cita apelando a la tradición previa a él y que ha recibido de los helenistas (paralambán ō – paradíd ō mi), como en el caso de 1 Cor 15,3-5, que recoge la muerte, entierro y resurrección de Jesús, subrayando la muerte “por nuestros pecados” 11 . 8 Gerd Theissen lo llamó “disonancia religiosa” ( T heissen , La religión de los pri- meros cristianos, 62-69). 9 Véase la reconstrucción en S oards , “La cuestión de un relato de la pasión pre- marcano”, 1743-1781. Es posible que este relato original acabara con el entierro: ib., 1774. 10 Cf. D uran , The power of disorder: ritual elements in Mark’s passion narrative . 11 Cf. P enna , Carta a los Romanos, 484-487. Este tipo de experiencia en la que se participaba de algún modo en la muerte y transformación de un héroe o divinidad
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