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C a r l o s G i l A r b i o l 386 como quedaba expresada en Ga 3,28, permeara de una esfera a la otra, de lo doméstico a lo político y viceversa 37 . Esta vocación política de la ἐκκλησία se percibe en varias estrategias que debieron resultar desafiantes: primero, la proclamación como Señor de un crucificado por el Imperio (tal como hemos visto antes) y la atribución a aquel de los poderes y privilegios que el Imperio concedía al emperador (1 Co 1,23; etc.); segundo, la pretensión de otorgar una “ciudadanía del cielo” a los miembros de las asambleas en base al reconocimiento del señorío de aquel crucificado (Flp 3,18-20) cuando la mayoría no podía aspirar a la ciu- dadanía romana; tercero, las continuas alusiones al final de los “jefes de este mundo” y de todo “principado, dominación o poder”, que quedaría sometido o destruido en la inminente llegada del Señor Jesús (1 Co 2,6-8; 15,24-25; etc.); y cuarto, la esperanza que ofrecía a los miembros subordinados (insatisfechos, marginales) del imperio, con los que contaba el mecanismo represor de Roma para establecer fronteras y mantener el statu quo; Pablo alteraba ese sencillo orden, tan sagrado para los romanos, que pudieron ver en su construcción de la ἐκκλησία un desafío a la estabilidad del Imperio 38 . Esta idea se manifestó mediante una distancia prudente de ciertos mo- delos o instituciones hegemónicos. En primer lugar, el patriarcado (cf. Ga 3,28; 1 Co 11,2-16; 14,31-32; etc.); Pablo, como hemos dicho, había dado las mismas posibilidades para orar y profetizar a varones y a mujeres (1 Co 11,4-5; 14,31); había alterado la relación de esclavos y amos (1 Co 7,22) y había transforma- do a los esclavos (quizá rebeldes) en hermanos para sus amos (Flm 1,10-16); había creado posibilidades reales para la mesa compartida de judíos y gen- tiles (Rm 14,1-23). Y en segundo lugar, la autoridad imperial (cf. 1 Co 2,6-9; 15,24-25; etc.); Pablo mostró una actitud respetuosa pero distante hacia las autoridades civiles y líderes religiosos. La sumisión a “toda autoridad” no iba con él, que se enfrentó con otros líderes dentro del movimiento de Jesús, como Pedro o Santiago (Ga 2,11-14), con la autoridades judías de las ciuda- des de la diáspora que visitaba (2 Co 11,25-26; cf. Hch 17,1-8) y que mostró repetidas veces la convicción de que las autoridades imperiales (incluidas 37 Cf. C. G il A rbiol , “La Dimensión Política de las Comunidades Paulinas: Cuerpo, Casa, Ciudad en Aristóteles y Pablo”, en: C. B ernabé – C. J. G il A rbiol (ed.), Reimaginando los orígenes del cristianismo (Estella 2008) 283-305. 38 Cf. D. Á lvarez C ineira , Pablo y el Imperio Romano (Salamanca 2009) 154-160. Ver también: R. A. H orsley , Paul and empire: Religion and power in Roman Imperial society (Harrisburg, Pa. 1997) y el resto de libros editados por él sobre esta perspectiva.

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