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El carisma de Pablo y su imagen de Jesús 5 C.J. Gil Arbiol 02/03/2017 15,10; Gal 1,15; 2,21; etc.), y que le hizo “conocer a Cristo” (Flp 3,8). Posiblemente esta “visión” tiene que ver con la identificación de Jesús como el Siervo de Yahvé del Deuteroisaías (Is 42; 49; 50; 52-53). Precisamente ahí los judeocristianos helenistas, que habrían recalado en Damasco tras su marcha de Jerusalén, encontraban el argumento de peso para identificar a Jesús como Señor: Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que él soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. (Is 53,4-5). No es difícil imaginar este texto en la mente de Pablo horadando su experiencia, enfrentándose con su propia imagen de Jesús y reinterpretándola a su luz (Pablo citará este texto del Deuteroisaías en varios momentos: 2 Cor 5,21; Gal 3,13; Rom 4,25). De este modo, el Crucificado se le aparece con una nueva luz, aquella que no llegaba por el velo que lo cubría (puesto que le había puesto la etiqueta de “maldito”). Este encuentro, iluminado por la misma Escritura, le va a poner delante, igualmente, a sí mismo. La “paz” y la “curación” de la que habla Is 53,5 va a hacer aparición en la vida de Pablo desde ese momento: la reconciliación y la eliminación de la experiencia de pecado (Rom 5-6) serán la consecuencia más inmediata. Es decir, esa experiencia inconsciente de frustración, de insatisfacción ante la ley, desaparece, dice Pablo, porque acepta que el Señor crucificado ya le ha reconciliado con Dios: lo que la ley no había conseguido en mucho tiempo, se lo ha regalado Ése al que él perseguía. Descubre entonces su falta de libertad para cumplir la ley y, lo que es más importante, la verdadera libertad al sustituir la ley por el Mesías crucificado: “porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3,17). Su condición humana (la “carne”) aparece con toda su crudeza cuando ha sido superada, cuando Pablo mira hacia atrás y la ve desde lejos. Y aparece también la falsa libertad con la que creía que podía cumplir la ley: pero ¡no era libre! Roto el velo, eliminado de delante por iniciativa de Dios, Pablo descubre rostros nuevos: el de Jesús y el suyo propio. Dos caras que se miran y se descubren. c. El reflejo del Señor: el carisma de la libertad. “Y nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos trasformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Cor 3,18). El juego de miradas que nos presenta Pablo en esta perícopa llega aquí a su clímax. El velo retirado ha dado paso a nuevas realidades, pero sobre todo a un cara a cara inesperado.

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