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El carisma de Pablo y su imagen de Jesús 4 C.J. Gil Arbiol 02/03/2017 misma interpretación de Pablo: el acontecimiento de la muerte de Jesús es el punto culminante de una historia que concluye y da paso a una Nueva Era. Para Pablo, el velo de este pasaje de Éxodo no era sólo un modo de evitar que los Israelitas contemplen la gloria de Dios reflejada en el rostro de Moisés (un modo de separar), sino, sobre todo, una manera de impedir que descubrieran cómo ese brillo decae y se apaga tras la contemplación de Dios (2 Cor 3,11). Así, nadie podía comprender el verdadero sentido de la ley: su caducidad. Y así, todo el que se acerca a la ley, como a Moisés entonces, no la ve sino a través de un velo que impide comprender su verdadero significado. Podríamos decir, entonces, que Pablo descubre que tras ese resplandor que proviene únicamente de Dios, está un rostro humano incapaz de retener su gloria, y que precisamente por esa incapacidad oculta el rostro tras un velo para que nadie perciba el desvanecimiento de su brillo. Por tanto, lo que verdaderamente está ocultando el velo de Ex 34,33-35, según Pablo, no es la gloria de Dios, sino el verdadero rostro de Moisés tras el reflejo deslumbrante que dura poco, su rostro de carne, su verdadera condición humana. ¿Qué es, entonces, lo que impide descubrir la verdad? ¿Qué es el velo para Pablo? La misma ley, sin duda, porque fue dada, precisamente, para suplir la condición pecadora del hombre. Es decir, el objeto de la ley era impedir que el pecado desviase al hombre del camino de la justicia que lleva a Dios. Por lo tanto, al ser dada precisamente para conducir al hombre a Dios, ella misma se presenta como único modo de acceso, excluyendo cualquier otro e impidiendo alternativas. Pablo descubre que el problema no está en la ley (Rom 7,7.12), sino en el que debe cumplirla, que posee una inevitable tendencia existencial a desear precisamente aquello que la ley le prohíbe (Rom 7,18-20). Así pues, es la misma ley la que impide que los israelitas descubran el fin de lo que era pasajero (2 Cor 3,13-14). La ley misma “embotó” sus inteligencias de modo que han sido incapaces de descubrir que el problema no está en la ley, sino en la “carne” (Rom 8,3). El mismo Pablo vivía con ese velo delante, incapaz de descubrir el verdadero rostro de Moisés, intentando fanáticamente cumplir la ley, dándose de bruces contra un muro invisible para él. Pero el velo no le duró siempre. b. Más allá del “velo”: la libertad. “Cuando se vuelvan al Señor, entonces se quitará el velo” (2 Cor 3,16). Pablo está reflejando aquí, sin duda, su propia experiencia: su velo cayó cuando “se volvió al Señor”. Para ello utiliza aquí un juego de miradas muy interesante. Pablo tenía un velo delante que le impedía comprender el Antiguo testamento. Su propia convicción de que Jesús había muerto como un maldito según la ley (Dt 21,22-23) le impedía ver la realidad: veía a un desecho de Dios, no al Señor. La misma ley se había puesto delante de sus ojos para calificar la muerte de Jesús como una maldición; de ese modo la ley misma se fortalecía porque era capaz de dar sentido a esa amenaza y vencerla. Y así la ley, como en tiempo de Moisés, seguía ocultándole la gloria de Dios y su propia condición de incapacidad. Pero algo se impone en esta situación, y se ve “forzado a ver” más allá del velo. Pablo siempre considerará que Dios tomó la iniciativa por gracia (1 Cor
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