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El prelado de María Le preocupó muy al vivo la infrecuencia de la comunión pascual entre sus fieles, atribuyéndola al indiferentismo religioso circundante, por lo que no se cansó de combatirlo, bien por sí mismo, bien a través de sus párrocos; para facilitar el cumplimiento del precepto, pidió y obtuvo del Papa que en su diócesis se pudiera cumplir con Pascua todo el año. Particular solicitud dispensó a la situación de su clero, tanto en lo estrictamente espiritual, como en la formación intelectual y alivio económico. De « talento organizador » lo calificaría, por esa labor, un sacerdote, añadiendo que muchos debían la vocación a los desvelos de su obispo, por la ayuda que les prestaba. No sólo organizó tandas de ejer– cicios espirituales para el clero, sino que asistía a su día de retiro mensual cada primer viernes. Elevó el ambiente cultural del seminario y, consciente del papel primordial de lo social en la España de su tiempo, además de las clases de sociología a los seminaristas, dispuso que se tu– vieran cursillos sobre la acción social del clero . La penuria económica de gran parte de éste, sobre todo a causa de las leyes expoliatorias de la II República española, le obligaron a requerir la ayuda directa de los fieles a los sacerdotes. La devoción a la Virgen, tan patente a lo largo 50

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