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y el desvelo y actividad infatigables por el mayor bien de los religiosos, de los conventos, provincia y misión. Brillaba en él, además, una cualidad que parece heredada directamente de su madre, y que el hermano socio en su provincialato describía así: Era « tan ecuánime y manso que nunca podía yo distinguir alguna pena o disgusto, que eran muchos». En 1900 viajó a Roma con motivo del año santo y de un congreso internacional de terciarios, siendo agasajado por el cardenal Vives y admitido, entre un número selecto de cien peregrinos, a la audiencia papal. León XIII aprobaba dos años más tarde los dos institutos creados por el Padre Luis y sus respectivas constituciones. Conforme a la naturaleza de las cosas y la voluntad del fundador, quedaban entroncadas aquéllas en la regla de la TOR o tercera orden regular franciscana, bajo el espíritu capuchino adaptado a su peculiar finalidad. No obstante ese paso definitivo, se intentó segunda vez, por un religioso de otra orden, ganarlos para la jurisdicción de ésta, pero la ma– niobra, aunque bien tramada a espaldas del Padre Luis, no tardó en fracasar. Además de la amargura interior que ese suceso le causó, le asaltaba el demonio con tentaciones de soberbia, como la sugestión de estar llamado a más altos destinos que el de simple vicario del convento de Masa- 42

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