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tendrían vida jamás. Más delicada aún fue la situación que se presentó a las terciarias capuchinas al quedar el P. Joaquín de Llevaneras separado de la provincia de Toledo y pretender llevarse al norte el noviciado de las mismas, de acuerdo con alguna religiosa, plan que fue desbaratado por la prudencia y rapidez con que lo atajó el fundador. A esos sobresaltos por el porvenir de su obra se añadieron otras zozobras de índole puramente personal, como tentaciones contra la fe y dudas sobre la validez de su ordenación sacerdotal. De ellas le sacó el Señor de un modo extraordinario: acabada un día la celebración de la misa, corrió el sacristán a decirle que alguien le esperaba junto al confesonario con toda urgencia. Apenas se hubo sentado, se acercó una jovencita temblando tanto que hasta el mueble se estremecía, y le dijo : « Ay, Padre, le llamo para decirle que, al alzar usted a Dios en la misa, he visto en sus manos un Niño tan hermoso cual no vi jamás otro igual ». En 1892 se ordenaron los primeros terciarios capuchinos, asistiendo a la misa siguiente el Padre Luis con indecible gozo. Al evocarlo en sus me– morias, la exclamación del fundador era, infalible– mente, la de « ¡ Sea Dios bendito por tantas misericordias ! ». 40

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