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de la orden tercera, se alquiló una casa y se la convirtió en asilo para ellos. Del clero diocesano y de la propia orden ca– puchina le provinieron motivos más refinados de sufrimiento a propósito de su querida fundación. Algunos sacerdotes disuadían a las monjas de continuar en ella, alegando que todo procedía de una cabeza desequilibrada. Y el propio provin– cial, Joaquín de Llevaneras, parecía sentir alguna celotipia por dirigir él la congregación, actitud que más tarde pudo desembocar en un cisma para ésta. Pero, como, en decir del Padre Luis, su obra era de Dios, superó todos los peligros externos e internos y se difundió pronto fuera de España y en tierras de misión y, con el tiem– po, extendería sus cuidados también a la actividad, más específica de la rama paralela masculina, en casas de corrección de menores, o reformatorios. Los terciarios capuchinos La idea de crear, además, una congregación masculina partiendo de la tercera orden franciscana, le surgió igualmente con motivo del cólera morbo de 1885. Planeaba completar la obra ya hecha - escribe - « con la fundación de una Congre– gacion de Religiosos Terciarios que se dedicasen en los penales al cuidado y moralización de los 34
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