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g1on, por lo que los terciarios v1v1an como « en una continua manifestación ». Ese fervor culminó en una magna romería a un santuario mariano, con la participación de unas cinco mil personas, la mayoría de las cuales comulgaron al partir. Como recuerdo, ofrecieron a la Virgen una bandera, que el Padre Luis llevó bien izada durante una gran parte del largo recorrido de más de dos horas, no obstante su estado delicado de salud. En una de esas correrías apostólicas en favor de la tercera orden predicó sobre el perdón de los enemigos, a sabiendas de que eran irreconci– liables el cura y el alcalde del lugar, allí presentes. De tal modo desarrolló el tema que, sin esperar a que lo terminara, las dos autoridades mencio– nadas, movidas del mismo impulso interior, se levantaron de sus asientos, y se abrazaron en medio de los asistentes, no pocos de los cuales imitaron su ejemplo, o se dirigieron después, desde la iglesia, a casa de sus enemigos para reconciliarse con ellos. Las terciarias capuchinas Viendo la óptima disposición de los terciarios y, sobre todo, el deseo de algunas hermanas de consagrarse más estrechamente a Dios, surgió en la mente del Padre Luis la idea de favorecer esta 30
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