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El nuevo comisario, P. Joaquín de Llevaneras, penitente del Padre Luis en Montehano, advirtió lo menguada que por el mucho trabajo andaba su salud y le envió a casa de unos bienhechores para que se repusiera, indicándole al mismo tiempo que se despidiera de la Montaña y esperase la obedien– cia para otro convento. El médico local juzgó que nada sería tan conveniente para su plena recupera– ción como los aires y aguas de su lugar de origen, y unido ese argumento a los deseos de los frailes de Masamagrell, fue destinado a su convento de Santa María Magdalena. Un testigo de aquel viaje escribió: « Todo su porte fue un modelo de modestia. Siendo yo seglar (no había visto jamás frailes, sino en estampa), fui a la estación a ver pasar el tren de Madrid a Valencia. Miré y mi imaginación quedó absorta al ver al P. Luis que iba en un vagón de tercera, con las manos dentro de las mangas del hábitó y sin mirar a nadie. Aquella dulce fisonomía fue la semilla de mi vocación religiosa ». Su viejo amigo Guzmán Guallar salió, impa– ciente, a esperarle varias paradas antes de Valencia. Más emocionante aún fue el encuentro con sus hermanas, tan crecidas y cambiadas que a las dos más jóvenes no las reconocía . ¡ Los ocho días de ausencia de ejercicios espirituales se habían con– vertido en ocho años ! 28
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