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bajaba él del púlpito, más muestras de satisfacción daba la gente, hasta el punto de que una anciana gritó al salir del templo: « Bienaventurado el vientre que le concibió ». Aquel sermón fue se– guido de la conversión de un gran pecador, que le pidió confesión. Su fama de predicador se extendió pronto por la diócesis, lloviéndole peticiones de sermones de todas partes. Su apostolado, sin embargo , se con– centró sobre el pueblo contiguo de Escalante, en cuya parroquia estableció sin tardanza una con– gregación de hijas de María y otra de Luises. Su forma de predicar estaba marcada a la vez por la sencillez y la fogosidad, y no perdía nunca de vista el consejo de san Francisco sobre el modo de anunciar la pena, la gloria, las virtudes y los vicios. El primer niño que bautizó fue un expósito, abandonado envuelto en pañales dentro de una cesta a la puerta del convento, con un letrero que decía: « No está bautizado; se le pondrá por nombre Jesús, María y José». Para dar al acto la mayor solemnidad posible , el párroco y el alcalde de Escalante se empeñaron en que lo bautizara el neosacerdote, quien en vano se excusó alegando inexperiencia. Años después vería en aquel inespe– rado bautismo un preanuncio de la labor evangélica de sus religiosas de la Sagrada Familia, uno de cuyos fines sería recoger y educar a niñas huérfa– nas y abandonadas. 26

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