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en la reedificación de una parte del antiguo con– vento capuchino de la ciudad, al más anticlerical de los albañiles de la misma. Al cabo de algunos meses de contacto con los « frailes », les confesó aquél que su trato había deshecho los muchos prejuicios contra ellos en su cuadrilla y .se ofreció a defenderlos contra cualquier adversario, aún a costa de la vida. Fue tan grande la aceptación de los capuchinos en la Baja Andalucía, que antes de finalizar aquel año de 1877 habían fundado tam– bién el convento de Sanlúcar de Barrameda. A fines de la primavera del año siguiente recibía fray Luis el subdiaconado de manos del obispo de Málaga. En ese año hizo el voto de ánimas, sellándolo con su propia sangre . En Montehano, futuro a la vista El nuevo subdiácono hubo de participar igual- . mente en la expansión de la orden al norte de la península, pues el obispo de Santander reclamaba a los capuchinos con empeño en su diócesis. En enero de 1879 los establecía personalmente en el semiderruído cenobio de Montehano, al que se había trasladado él temporalmente para urgir las obras de reparación. Apenas descansados los religiosos del largo viaje, se organizó la vida de comunidad en aquel retiro 24
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