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marcado, y tan crecido el número de candidatos, que aquel convento merecería muy pronto el elogio de « perla de la orden », tributado por su ministro general. Cuando el portero abrió la puerta a los dos postulantes valencianos, éstos se llenaron de es– tupor, como si vieran ante sí la imagen viva de la santa pobreza. Tan fuerte, poco agradable e inesperada fue esa impresión en José María que le asaltó la tentación de no pasar adelante. « No conocía yo aún el mérito de la santa pobreza, virtud en que tanto se distinguía aquel venerable religioso, tenido por todos como un santo» - escribió en su autobiografía. Previo un examen de latín y de los demás estudios cursados, se los incorporó al día siguiente de su llegada al grupo de los novicios. Los res– ponsables de la casa se preguntaban si José María, aun conv_aleciente de unas fiebres intermitentes y prolongadas, podría resistir un tenor de vida como el que le esperaba. Pero el maestro de novicios y el padre lector hallaron una solución que aquietó los recelos del guardián y de ellos mismos: admi– tirlo sin muchas ilusiones, pues no había duda de que el aspirante se convencería por sí solo de su ineptitud a poco de experimentar los rigores de un noviciado capuchino. 20
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