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Buen conocedor de aquella pasión por los santos, su amigo íntimo del momento, el escultor José Guzmán Guallar, le obsequió con una imagen de la santa de Casia, como si pusiera entre sus manos un pronóstico. Con este amigo se hizo socio de la congregación de san Felipe Neri, visitando luego todos los domingos un hospital para cuidar de los enfermos, a los que no sólo trataban de animar y consolar de palabra, sino aliviarlos, aseándolos, y afeitándolos, si lo precisaban. Deseosos de un compromiso mayor en or– den a la perfección espiritual, los dos amigos decidieron dar sus nombres a la hermandad del Santísimo Sacramento, cuyos estatutos habían sido compuestos por un sacerdote capuchino a imita– ción de los de la llamada « Escuela de Cristo ». Condiciones para la admisión eran, entre otras, el alejamiento del vicio y de las diversiones peligro– sas, la frecuencia de los sacramentos y la sumisión a la voluntad de la Iglesia; tenían dos reuniones por semana dedicadas a la meditación y oración vocal; entre las virtudes de Cristo, que los socios debían tratar de imitar, descollaban la caridad, la mansedumbre y la humildad. El candidato había de tener al menos catorce años de edad, requisito del que José María fue dispensado en vista de otras buenas prendas, y se le admitió a la pro– fesión al cabo de tres meses de noviciado. 15

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