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vida en flor de muchas madres, o durante el embarazo, o al dar a luz. El hecho de haber superado ese peligro la suya, contra toda previsión, y el de nacer en el año de la definición dogmática de la Inmaculada, serían considerados por el hijo como indicios de una particular protección divina. Bautizado al día siguiente de su nacimiento, el nombre de José María que recibió le evocaría luego de continuo el recuerdo de la Sagrada Fa– milia, devoción siempre con peso muy específico en su vida, como se verá. El hogar formado por sus progenitores, Gaspar, abogado de profesión, y Genoveva, hija de co– merciantes, parecía tener por espejo de virtudes el de Nazaret. El padre se había educado con los jesuitas, sobresaliendo por sus conocimientos de música, poesía y lengua italiana. A juicio de su hijo, se distinguió, como cristiano, por un corazón candoroso y compasivo y, sobre todo, por una fe firmísima, que le movió a replicar, cuando el sacerdote le hizo la pregunta, ritual in articulo mortis, de si creía en los artículos de la fe: « ¡ Pues eso podíamos hacer, no creer! ». Moriría muy joven, hallándose sus restos tan incorruptos muchos años más tarde, al trasladarlos a la cripta de una iglesia de Masamagrell, que producía aún asombro el parecido de su fisonomía con la de sus familiares. La señora Genoveva Ferrer estaba dotada de 12
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