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PLATONISMO Y CRISTIANISMO EN LA CONCEPCION... 155 trueca en orgullosa pretensión pagana al trasvasarse a la vida mís– tica. Diótima no lo dice todo. Pero sí ha dado a entender que eros, desnudo e indigente por todos los caminos, tiene el poder asombroso de sacar al hombre de la cárcel de lo sensible hasta elevarlo a lo eterno. En una palabra: eros tiene un poder salvador. Los prisione– ros de la caverna platónica sólo por la fuerza del eros podrán salir de ella, y subir, subir, hasta el encuentro con el sol de las ideas, en cuya contemplación hallarán la salvación plena. ¿ Por qué entonces vino Cristo a la tierra con la pretensión de Salvador, si la salvación ya la había proporcionado al hombre la omnipotente fuerza del eros? En este momento conectamos con la tesis de A. Nygren para con– cederle que cualquier espíritu, cuanto más elevado con mayor mo– tivo, que juzgue lograr la salvación por el afán de conquista, por eso que se ha llamado en nuestra cultura 'espíritu faústico', vive sustancialmente en una mentalidad pagana, extraño al mensaje de Jesús. Este desciende para elevar a los pobres. Pero resiste a cuan– tos se creen muy quienes de poder ellos mismos ascender. La con– traposición entre el eros pagano, con su orgullosa pretensión salva– dora, y la agape cristiana con su benóvola condescendencia hasta achicarse Dios en el hombre, nunca es más fragante. Y en caso de opción, sabemos como cristianos por qué amor tenemos que optar. Pero el caso es que no parece necesario establecer un contraste entre el sí y el no, aunque sea la actitud de muchos teólogos pro– testantes a partir de Lutero. En nuestro tiempo A. Nygren es un representante de valía, aunque no único. El pensamiento católico, acorde en esto con el protestante, da ciertamente la primacía a la benevolencia del Padre en la obra de salvación. No hace falta vol– ver a repetir los pasajes célebres de san Pablo en los que éste pre– gona la iniciativa del Padre, y que el P. Angeles repite. Lo que sucede es que los católicos pensamos que Dios nos pide colaboración. Y la primera colaboración en la obra redentiva es que tengamos deseos de obtenerla. Pero aquí ya tropezamos con el escándalo pro– testante, porque concedemos una intervención en la obra de Jesús a nuestro deseo de obtener su redención. El P. Angeles, que no se hizo problema explícito de tan grave cuestión teológica, parte de la tesis que un novelista católico, G. Ber– nanos, nos ha hecho sentir en Diario de un cura de aldea. Ante la desgracia y debilidades del pobre cura atribulado, el optimista G. Ber– nanos proclama de modo atrevido, pero muy teológico: todo es gra– cia. He aquí la honda y genuina actitud del místico católico, del P. Angeles en concreto, acorde en esto con todos los demás. Es cierto que la perfección pide por nuestra parte un deseo de la misma. Lla– memos a este deseo eros, con escándalo de la calle indocumentada y con aquiescencia del divino Platón. Pero anotemos que este deseo

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