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154 RI:VISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGIA.-E. Rivera de Ventosa Vemos, pues, a través de estos textos que el deseo de santidad, los santos anhelos de perfección, el que pudiéramos llamar erotismo místico, son vivencias íntimas que el P. Angeles no gusta de vestir del ropaje platónico que conocíá. Por el contrario, en este mismo capítulo acude a Platón para poner en relieve cómo la perfección cristiana tiene como primer requisito la introversión de la mente sobre sí misma. Aquí evoca la oración que Platón pone en labios de Sócrates al final del Fedro: Amice Deus, da mihi ut intus pulcher efficiar: et quae exterius sint amicis (Amigo Dios, dadme que en lo interior os parezca hermoso, y que lo exterior se conforme y tenga amistad con lo interior) 29 • Reconozco que Platón tiene pocas páginas más emotivas que la final de este incomparable diálogo. Lo notable del P. Angeles, den– tro de su exquisito gusto de selección, es la facilidad de verter en cristiano lo que es la más exquisita expresión de la paganía. En efecto; Sócrates y Fedro, al sol esplendente de mediodía, debajo de un plátano y acompañados del canto ininterrumpible de la cigarra, han hablado larga y deliciosamente de la belleza y del amor. Es hora de terminar. Pero no sin elevar una plegaria al Dios Pan y a las ninfas, titulares de la alameda. Es la plegaria que recoge el P. Angeles. Delicada manera de interpretar en cristiano las mejores aspiraciones del alma pagana. Sabemos que desde Lutero esta acti– tud del místico católico ha· suscitado duras críticas. Por nuestra parte confesamos que en cada nueva reflexión que vamos haciendo sobre el tema, vemos con mayor claridad que el místico católico no con– diciona su pensar por la mística pagana, como hemos visto al hablar el P. Angeles de los deseos de perfección. Pero sí que la utiliza sin prevención alguna cuando le da elementos valiosos en los que em– balsar su propio pensamiento. En la conclusión de este estudio ha– remos referencia a la raíz profunda de esta diversa actitud cultural: optimista en el católico y pesimista en el protestante. La tercera instancia de la sacerdotisa de Apolo, Diótima, al ha– blar del amor, es la más opuesta a nuestro sentido cristiano. Diótima se atiene, al parecer, a la estética. Muestra a eros, como un sabueso iluminado, a la caza de su presa, que es la belleza eterna. Por los cuerpos bellos rastrea las almas bellas, por éstas a las ciencias hasta la suprema de ellas que nos hace intuir la belleza en sí. Bello ca– mino, fascinante para los eternos amadores de esa estrella que va haciendo guiños a los grandes espíritus. Recordamos a uno de ellos, Miguel Angel, cuando ante la tosca piedra que no le traduce la belleza que ha atisbado en el firmamento de su conciencia, exclama: Non posso tradurre il mio terribile pensiero. Pero todo esto, que es tan iluminador en los campos del arte, se ~ \l Phaidros 278 c.

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