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SAN BUENAVENTURA Y HENRI BERGSON 29 se recuerda que algunos de los grandes maestros de Santa Teresa, como Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo y San Pedro de Alcántara, empalman directamente con la mística de San Buenaventura, podemos es– tablecer una conexión histórica entre el misticismo de San Buenaventura y el misticismo de Bergson. Este pequeño vínculo histórico, unido a la común simpatía hacia la vida mística los aúna en la valoración de esta dimensión humana, poco estudiada por la filosofía actual y en algunos ambientes claramente deses– timada. La actitud de ambos pensadores en este campo pudiera resumirse en esta fórmula. Uno y otro piensan que la mística es la plenitud de la vida espiritual humana. Esto es patente en San Buenaventura. Pero cree– mos que lo es igualmente en el filósofo francés. Dejando a un lado el aspecto sobrenatural de la gracia en la que se mueve siempre San Buena– ventura y estudiando tan sólo los aspectos meramente filosóficos del pro– blema, advertimos que tanto el pensador medieval como el de nuestros días han visto que la vida del espíritu sólo adquiere plenitud y fecundidad en la cumbre mística. Sólo entonces la vida se hace plenamente fecunda hacia los demás. A esta cumbre espiritual la llama San Buenaventura pax extatica; Bergson le da el nombre de joie en cuanto opuesto a plaisir 7 • La posteridad ha dado a San Buenaventura el título de doctor seraphy– cus. Es la rúbrica de la historia al esfuerzo de este gigante del espíritu que alcanzó una suprema cumbre en las serranías del misticismo. E. Gilson hace de este tema el prólogo de su monumental estudio sobre San Buena– ventura 8 • Compara en este prólogo el pensamiento medieval con el itine– rario escatológico del Dante. Este itinerario no tendría, según él, feliz re– mate si el poeta, acompañado de Virgilio por los antros oscuros del in– fierno y del purgatorio y de Beatriz por las claras constelaciones del cielo, al llegar al trono de Dios no tomara por guía a San Bernardo que susti– tuye a la encantadora mujer, símbolo de la teología. Y es que la teología debe culminar en la caridad que va más allá de la inteligencia. San Ber– nardo representa esa caridad sin la cual la especulación cristiana sería una reina sin la corona de la mística. Ahora, bien, concluye E. Gilson. Si la Divina Comedia es incomprensi– ble sin la mística del amor que es su corona, del mismo modo el pensa– miento medieval quedaría manco si se le amputa la visión mística que han aportado sus grandes pensadores. "Los Cistercienses, escribe el gran me– dievalista, rodeando a San Bernardo; los Victorinos en torno a Hugo y Ricardo; los Franciscanos con San Buenaventura representan a nuestro 7 Cf. S. Bonaventura, Itineraium mentis in Deum, prolog. Opera Omnia (ed. Quaracchi) t. V, p. 295a {De esta edición crítica tomamos todos los textos que citamos de San Buenaventura); H. Bergson, Le deux sources, 1018 y 1170. 8 Cf. La filosofía de San Buenaventura, trad. esp. (Buenos Aires 1948).

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