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SAN BUENAVENTURA Y HENRI BERGSON 47 tado dos vivencias mentales: el amor y el temor. Y de ambas afirma que nos son conocidas, no por semejanzas que tomemos de lo sensible, sino per essentiam. Pues tales afectos se hallan essentialiter sólo en fa ~isma alma. Los textos pudieran multiplicarse. Pero los alegados son suficientes para hacer ver que el doctor medieval ha percibido con anticipo de siglos un camino que la fenomenología de hoy ha cuidadosamente explorado. Veremos también muy luego cómo Bergson se halla en este momento muy cerca del doctor medieval. 3. Intuición de los primeros principios en la contuición de la Verdad Primera. Es una de las paradojas de la vida del pensamiento que el cono– cimiento de los primeros principios, punto de partida del filosofar, se halle envuelto en el misterio de su propia evidencia. Por una parte, no hay otro motivo para admitirlos que esa evidencia que les rodea. Pero la historia nos habla de que esa evidencia no siempre ha llevado al conven– cimiento. En una de las obras mejor pensadas de Ortega y Gasset, La idea de principio en Leibniz, acusa en este punto a Aristóteles de sensua– lista. El título de uno de los parágrafos del libro lo dice bien: El sensua– lismo en el modo de pensar aristotélico 6 1. Y sin embargo, nos parece que en la larga argumentación orteguiana se da un manifiesto quid pro quo al no distinguir en Aristóteles lo que la escolástica separó decididamente y que Tomás de Aquino contrapuso con estas dos palabras: intelligentia principiorum y ratio. Por la primera, la mente percibe los principios por la claridad que brota de ellos. Por la segunda, deduce las implicaciones consiguientes de los mismos 6 2. San Buenaventura conoce y valora esta gnoseología aristotélica. Pero no le parece que baste, para garantizar la verdad de los primeros princi– pios, la sola luz del entendimiento agente, como opinó su colega Tomás de Aquino. Cree necesaria una especial luz trascendente que potencie la debilidad de la inteligencia humana. Esta luz proviene de las verdades eternas que hallan en Dios su último fundamento 63 • 61 En Obras completas, t. VIII, p. 155. Cf. Alain Guy, Ortega y Gasset, crítico de Aristóteles, trad. esp. (Madrid 1968). 62 Sobre el conocimiento de los primeros principios Santo Tomás ha acuñado una de sus fórmulas que irradian perenne luz. Dice así: Propium est horum prín– cipiorum quod non solum necesse est ea per se vera esse, sed etiam necesse est videri quod sint per se vera {In I lib. post. analyt., lect. 19). 63 Los textos fundamentales sobre la iluminación se hallan en De scientia Christi, q. IV; Op. O., t. V, pp. 17-27; Itinerarium, c. III, pp. 303-6. Entre los numerosos estudios seleccionamos algunos más significativos: E. Gilson, La filosofía de S. Buenaventura, c. 12, pp. 324-85; P. de Zamayón, Hacia Dios. Cinco lecciones acerca del "Itinerario" de S. Buenaventura, pp. 29-64; J. M. Bissen, 'De la contui– tion', Études franciscaines 46 (1934) 559-79. La mejor monografía sobre el tema es la de R. Sciamannini, La contuizione honaventuriana (Firenze 1957).

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