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LA MISIÓN DEL CúNGO , 37 mente se van formando. Esos son horribles a la vista, y ,d,e improviso, agitados de furiosos vientos, arrojan tanta copia de agua sobre ,el na– vío, si l,e cogen, que parece un diluvio, y si no se amainan con suma presteza las velas, co:rre manifiesto p,eligro de hacerse pedazos, y así es preciso entonces dejarle correr según el impulso de las aguas y el ímpetu del viento. De aquí r1esulta muchas veoes que, habi.endo nave– gado con uno algún trecho, después, J,e·vantándose con otro nuevo tre- . bona.da, se vuelve •en poco üempo a desandar Jo andado. Padecían por esta causa, así los marineros como los Teligiosos, incrieíble fatiga, tanto por el trabajo de alargar y amainar las . velas como por lo mucho que se mojaban, pues apenas se les secaba la ropa, cuando se volvían a mojar. También son muy frecuentes por aquellos parajes ciertos to·rbie– llinos furiosísimos que, haciendo un remolino, parece que elevan al cielo el navío ,; llámans•e mangas, y son tan impetuosos, que en üerra , suelen arrancar de. raíz los á:rboles más pesados y fuertes, y arre.batan cuanto ,encuentran y ·10 llevan por ie•I air,e1. En ·el mar haoen la misma operación con las embarcaciones, pues, destrozando los árboles mayo– res y menores, los J.evantan altísimamente, y luego, de golpe, los se– p_ultan en lo más profundo. Y cuando no encuentran navíos, cogen tan gran copia de agua del mismo mar que, en volviendo a caer en él, pa– ree-e vienen diluvios . 5.-Para ocurrir a estos riesgos de las mangas no hay pr,evención humana ni más remedio que el del cielo, y prepararse para la muerte:. Con todo ,eso, en algunas ocasiones que les acometieron las mangas a nuestros navegant,es, hallaron eficaz remedio en la reliquia del Santo Lignum ~rucis, que llevaba Fr. Francisco d,e Pamplona, y de su mano le <lió el r,ey nuestro seño·r Don F,elipe IV al despedirse <le Su Majes– ta-d, sacándole' de su pecho en s,eñal de lo mucho que amaba a este siervo de Dios. Lo cual_era de suerte que, en formándose eJ nublado, trebonada o manga, ya fuese ,de día o <le noche, apenas se po.nía en– frente: -el Prefecto con la santa reliquia, cuando visiblemente se desha– cía o daba vueltas alrededor ,del navío, pero, siguiendo sus tornos, al cabo se desaparecía. Otro extremo muy -diferent•e y no poco molesto experimentaron nuestros nav-egantes, y singularmente adonde hallaban corrientes muy violen:tas, que son ciertas calmas que ocasionan gran dilación. Hasta allí el principal cuidado del piloto había .sido granjear grados de altura para ·encontrar los vientos generales, !os cuales per– cibió a veinticuatro grados del Polo Antártico; pero, volviendo des– pués a alejarse de él, se acercaron otra vez a la línea equinoccial par\a coger por la parte de arriba al impetuoso río de Pinda, qtie está en
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