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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA acción y buen derecho a la dignidad o cetro . Punto es ocasionado a muchas lides y debates y de que no se pué'de esperar suceso bueno y, aunque algunos lo han conseguido, han sido muy pocos y no sjn gran– des zozobras, pues la tiranía siempre vive sobresaltada y en perpetuo tormento de sí misma y lo más común es caé'r de golpe con desdoro e ignominia al levantar el vuelo para remontarse: Dejecisti eos, dice el Espíritu Santo por boca de David, dum allevarentur. Son los tales imitadores de Luciíe'r y sus secuaces, y así no es mucho se despeñen y precipiten con sus ministros. 8.-Con todo eso llegó a conseguir el rey Don García el ver jura– do por príncipe y sucesor del reino su 'hijo Don Alonso, pero intervi-– niendo muchos &obresaltos y la tragedia siguiente, en que pudo perder la vida él y toda su familia . Tal vez estando sentado en su trono real solía llegar a hablarle _Don Lázaro, el mayor de lo~ tres hermanos, y al tiempo de besarle la mano, le decía con disimulo y apare·nte gra– cejo: «Bien quisierais vos, Don Lázaro, sentaros en esta silla.» «Todo, señor, puede ser --decía- si vivimos», respondiéndole en el mismo tono. Esto por entonces pasaba por gracejo; mas sin embargo cada uno procuraba vivir con cui.dado. Llegó la ocasión de querer el rey casar una hija suya con Don Lázaro, juzgando sería medio éste para asegurarse de él y de sus hermanos ; mas no hizo caso de la proposi– ción ; de lo cual, aunque disimuló por entonces, quedó muy de·sazona– do el rey. Después trató de casar al príncipe su hijo con una hija na– tural del segundo hermano, que era Don Alvaro, marqués de Pemba, habida con cierta reina viuda, que entre aquellos señores negros no se repara en las bastardías, especialmente entre los inferiores al rey. Para tratar este negocio envió a Pemba a Don Pedro, que era el tercero de los hermanos, y al fin se efectuó el casamiento. 9.-Desde aquí pasó ,_el rey a hacer jurar por príncipe heredero del reino a su hijo primogénito, Don Alonso, y para este efecto mandó juntar a todos los señores de la corte y con orden especial a Don Al– varo, marqués dé' Pemba, su consuegro. Salió el marqués con toda su gente, .según costumbre, y, en llegando a San Salvador, como el rey se temía más de }os tres hermanos que del resto de los otros señores y maníes, a dlos principalmente les obligó al juramento, el cual hicie-– ron más por temor y violencia que por voluntad y gusto . Concluyóse la función y desde entonces quedó Don Alonso príncipe jurado del reino, pero los tres hermanos muy ofendidos y disgustados del caso, por ver frustradas sus esperanzas y que ya se les había cerrado la

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