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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA tendido de lo que había precedido, pero el Prefecto le respondió con estilo grave y prudente, anunciándole cuanto había sabido, diciendo por último que S. M. pesase a sus solas los agravios que a él y a sus compañeros les había hecho y, que sin dar una pública y decente satis– facción, no Je convenía volver a su reino, mayormente habiendo puesto tanto dolo ,e:n la misión del Papa, como constaba por las cartas que había ·escrito a Loanda. 8.-Esta carta le hizo grande armonía y con ella y la alteración d e los ánimos <le sus vasallos por lo que había maquinado contra los reli– giosos, acabó de caer •en la cuenta y conocer su precipicio. Tocóle Dios, a fo que se pudo presumir, con la centella de su temor santo y luego inmediatamente volvió a escribir al Prefecto, suplicándole se volviese a su corte y que no hiciese novedad -e:n mudarse a otro reino con la mi– sión: que él ofrecía darle satisfacción cumplida de todo. Al punto de las cartas respondió diciendo que no eran suyas sino supuestas de al– gún mal afecto. Con estas instancias s,e rindió el caritativo Padre y ofreció volver luego que pusiese •en forma las cosas de la nueva misión, que se había de emplear en el reino de los Abandas, mirando en esto no a su agravio pasado sino al bien espiritual de su alma y de las d{'. aquel reino , pues: Gratanter suscipit osculitrn colw1n.binuni pulche'r'rima et moctestissima caritas; dentem caninum vel e·vitat castissim,a. cauNssi– maqu.e h.11,m.ilitas, vel •retimdif: solidissima veritas (S. Agustín). 9.-¡0h! ¡VálgameDios: cuánto puede una pasiónhumanano mortificada : qué de yerros comete un príncipe vengativo y cuántos in– consideradamente se arrojan a desahogar su cólera por las primeras ideas de su fantasía! Para emprender cualquier negocio, por arduo que sea, rara vez falta una brecha o aparente o ver,dadera; pero, para salir de él con decencia, no siempr•e se •encuentra -la pue:rta ; y así, antes de intentar la entrada, es necesario considerar la salida, para que nb se sig-a luego el arrepentimiento, las más veces sin fruto y siempre con confusión e ignominia. Más le valiera al rey haber oído con piedad los saludables consejos de los misioneros, que no el convertir sus iras con– tra los inoeentes por modos y medios tan indignos. Si así lo hubiera hecho, experimentara el fruto de la buena conciencia y sosiego de su reino y no el deslustre y fraldad de sus resoluciones, pues: Qui abjidt disciplinam, áesprcit animam suam; qui aute'm acqitiescit: increpationi– bus, posseso1· est cordis {131). (131) frov .. 15, ~i .

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