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LA MISIÓN DEL CONGO 379 hizo indecible fruto en las almas; pero, postrado de éstos y otros mu– chos y -continuos trabajos, al fin del año vino a enfermar gravem>E!nte y, después de una devotísima preparación, recibidos los santos Sacra– mentos, dejó la carga pesada del cuerpo y su alma pasó al descanso eterno, acompañada de llos cortesanos del cielo, en la forma que luego diremos. 18.-Apenas murió, cuando comenzó toda la ciudad a celebrar sus exequias, no con suspiros y lágrimas de :tristeza, sino con festivos jú– bilos y ,devotas aclamaciones, -dándose mil enhorabuenas por su dicho– sa suerte -en tener en su república las reliquias y el cadáver de varón tan santo y ejemplar. Recogieron cuidadosos las pobres alhajillas que tenía y fas repartieron entre las per~onas de más suposición ; ttno llevó ,el manto, otro, d báculo, otro, el br e:viario, otro, las disciplinas, otro, las sandalias, y ele esta suerte se fueron repartiendo todas para satisfacer a la pi-edad de Jos fieles, que indi:stintame'nte todos le vene– raban por santo. Óbró nuestro Señor después algunos millagros por el contacto de ,estas reliquias y méritos -ele su siervo y comúnmente se las aplicaban a los enfermos por antídoto en todas sus dol encias, lle– vándolas de casa en casa. 19.-A la aclamación rderi<la de los ciuda-danos de Loanda se si– guió la de los cortesanos ,d,el' ciefo, publicada para mayor seguridad ' por la voz -de un niño , en cuya edad e inoc-encia no cabía falacia en la narración de-! suceso, cuando las demás circunstancias no lo manifes– tasen admirable y prodigioso. El caso pasó en esta forma. Vivía en Loanda un portugués honrado y ,devoto de la Orden, el cual tenía un niño de siete a ocho años ; dormían ambos en una misma cama y, es– tando acostados y durmiendo la noche en que' murió el, siervo de Dios, a cosa de la media noche . despertó ,el niño y, lleno de admiración y alegría, comenzó a decir a voces: «¡Oh, padre, oh, padre!, mira qué resplandor tan grand-e, mira qué procesión tan hermosa, que sube al cielo, y en ,ella, muy glorioso y alegre, el P. Fr. J,enaro.» Despertó -el padre a las voces del niño y, juzgando que soñaba, le mandó callar y se volvió a dormir; pero a breve rato comenzó el niño a repetir las mismas admiraciones, levantando más la voz. Despertó el padre y preguntó al muchacho la causa <le sus voces y él refirió la visión que s-~ l:e había' manifestado, en que vió subir al cielo all Padre Fr, Jenaro, acompañado de los cortesanos que en él habitan, de todos los cuales se formaba una solemnísima procesión llena de cl;iriclad y

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