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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA moviól,es guerra e'l rey Don Alvaro V y, habiendo conseguido la vic– toria los dos hermanos y triunfado de sí mismos, s·egún dijimos en otra parte, el rey volvió de nuevo a pub¡icarles la guerra, o por mal aconsejado, o por verse poco seguro de ellos. En esta ocasión alcan– zaron también la victoria del ejército •enemigo, pero no la de sí mis– mos, e.orno la vez primera, pues, haciendo prisionero a su rey, le de·– gollaron cruelmente, no obstante que les pidió la vida con humildes ruegos, prot·estando había sido mal aconsejado en hacerles guerra y ofreciéndoles su g¡;acia y amistad para en adelante. 3.-Muerto el rey, según se ha dicho, se trató de elegir sucesor. y los electores pusieron los ojos en el duque de Bamba y le aclamaron rey, atendiendo a su valor y condición apacible. Rehusó por algunos días la corona y, viendo su hermano el marqués de Cl10a, que no que– ría admitirla, lleno de ambición le dijo: que tratase d·e admitirla, o ver lo que determinaba; pero que si no, la tomaría para sí sin atender otros respetos ni a que se hallaba hermano menor. Al fin la admitió el duque y en su asunción al cetro se llamó Don Alvaro VI. Gobernó por espacio de cinco años y, habiendo •enfermado d,el mal de que murió, luego que tuvo Don García, ya duque de Bamba, la noticia de su muerte por aviso que .le dió cierto amigo suyo, canónigo de San Sal– vador, que después fué su confesor, se puso con gran presteza y buen número de soldados a vista de la ciudad, con ánimo de conseguir por fuerza lo que no pudiese alcanzare por otros medios. Turbóse la corte con esta novedad y, aunque los electores tenían premeditado elegir por rey a otro, rtemiendo su poder y osadía, le eligieron a Don García y l,e dieron luego la posesión del reino. 4.-Habiendo, pues, entrado a reinar con esta violencia y repugnan– cia común de todos, reconoció que no le miraban con pía afección y así procuraba guardarse y con tal cautela, que jamás quiso comer con los fidalgos, según es costumbre algunas veces, aunque en diferente mesa. Dormía de día y vdaba de noche, rondando toda la ciudad para saber lo que pasaba, viviendo sobresaltado siempre y formidoloso de todos, y, si acaso llegaba a sospechar que alguno podía intentar sacu– dir el yugo o que 1a plebe se ladeaba hacia él por particular afecto, tomaba el pretexto que le parecía y le enviaba con algún puesto hono– rífico a otra provincia y, pasados algunos días, daba or-ci-en secreta para que 1e cortasen la cabeza. Por esta causa era temido de todos, grandes y pequeños, y ninguno se fiaba de sus palabras halagüeñas ni de sus promesas.
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