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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA ron entender los Padres que asistían en la misma ciudad de Soño don– de acaeció, y cada uno podrá después discurrir sobre él 1o que meior le pareciere. 9.-Parece ser que t::1 día 3 de octubre, víspera de nuestro Seráfico P. S. Francisco, poco después del Avemaría, s,e hallaban en la plazue– la de la iglesia de nuestro conv,ento algunos de los más principales fi– dalgos, conversando y gozando del fresco de la marea. Detuviéronse allí algunas horas y, queriendo levantarse para irse a recoger a sus casas, repentinamente oyeron una voz delicada que con eco extraordi– nario llamaba a uno de los circunstantes, natural de San Salvador , y entonces prisionero por haberle cogido en fa última campaña. Causóles a todos novedad la voz y juntos fueron a v,er quién había llamado ; hallaron cerca de la puerta de la misma iglesia un niño de poca edad, par,ecido a los del paí,s y cubierto ,el cuerpecito con una capa muy larga y en la forma y ademán siguiente. 10.-Tenía tevantado d brazo derecho sobr,e el hombro y en la mano un manojo de saetas con las puntas encontradas entre sí. Admi-. rados 1os fidalgos de tan raro espectáculo , le preguntaron de dónde era y a qué había venido, a lo cual, con semblant-e grave y sin levantar tos ojos del suelo, respondió: . Que él era el que se había hallado pr,esente cuando los primeros cristianos fueron a aquel r eino y pusi,eron la pri– mera cruz en d puerto de Pinda, y que veníla mandado de la Reina de los Angeles. Replicáronle los fidalgos diciendo : Sea enhorabuena; pero ¿ como si venís de parte de tan benigna princesa traéis flechas en la mano, que indican rigores, siendo como es su Majestad 1 Madre de pie– dad y mi&ericordia? Respondió que aquellas flechas eran de amor y de paz, pero que el arco y flechas de guerra los había dejado arrimados a un árbol vecino , señalándole con el dedo. 11.-Preguntáronle más los fidalgos: Quién era y qué quería : a que d niño respondió ele •esta suerte: No farta en eS'te condado quien me conozca; mi intento es hablar al conde y a todos los fidalgos de su corbe ,; no dudéis de lo que os he •dicho y, en prueba de s-er verdad, hacer la experiencia que quisiereis, t'}chándome en el fu.ego o arroján– dome en el mar, pues os aseguro que ni las llamas me abrasarán ni me anegarán las aguas. Pronunciaba e·stas razones con tal peso y gra– vedad de rostro, que fué notable la admiración , temor y rev:erencia que les infundió a todos los circunstantes y, como ellos mismos confesaron después, tenían por case imposible en lo natural el que en un niño de
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