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INTRODUCCIÓN XIII que se va:lían de todOis resos objetos para, con gestos ridfcll!los y fingidas oraciones, curarles de sus enfermedades y hacer aparen– tes maravillas. Esos médicos o oll!randeros que eran a 1a vez a;di– vinos o hechiceros y también sacerdotes o encargados de los feti– ches, ejercían sobre los naturales una influencia decisiva y eficaz. Por eso precisamente los misioneros los consideraron siempre como lo 1 s peor.es enemigos del cristianismo. Y no sin razón ; porque uno de los mayores defectos d.:e Jos congoleses era la inconstancia, o, como dice el P. Cavazzi, «inestabilidad en las resohrciones tomadas y en la verdad abrazada» (8). V esos cU1ltivadores die ído!los o fe– tiches, v-erdaderos hechiceros y emba!Ucadores, llenos de rabia con– tra los miisioneros y aprovechándose de ese modo de ser de los indígenas, volvían a Ja carga con los neófitos o recién convertidos, «bastando una nonada, como añade el mismo P. Cavazzi, para ca– lentarles los cascos y haceriles vO'lver al' paganismo» (9). No es extraño, pues, que los misioneros les declarasen guerra sin cuartel y que en todas partes y por todos Ios medios tratasen de hacer desaparercer tales hechiceros y destrnir fos fetiches, va– liéndosre indluso para ello del poder civil. Más de una vez expu– sieron ta:mbién sus vidas por tratar de extirpar del todo esas SIU!– persticiones. Entraban por las casas y, ayudados en esa labor por los niños de fa escuela, que les acompañaban, recogían cuantos ob– jetos de esos encontraban, hacían con •ellos montones y a la voz de : Exurge, Domine, et judica causam tuam, les prendían fuego ~ vista de todo -el pueblo, que presenciaba la fogata aterrorizado y temeroso del castigo, menos el nganga o hechicero que, cons– ciente de sus engaños, permanecía impasible. Más de un misionero perdió la vida en uno de esos actos, siendo el primero el P. Jorge de Gela, en 1652, ooya causa de beatificación ha sido ya introdu– cida. Sin embargo de eso, pocos años después ef P. Cavazzi podía hacer constar con satisfacción que, gracias «al' celo del rey del Con– go y a los gobernadores de Pemba, de Bamba y de Soño, aquellas regiones se veían casi totalmente libres de tan torpe contagio» (rn). Peor que todo eso, de mayor influencia y de consecuenoias más decisivas era el v1cio del amancebamiento. Al llegar los misioneros (8) CAVAZZI, o. c., Libro III, cap. I, núm. 2, p. 179 de la edición de 1937, lle la que nos servimos por no tener otra a mano para las citas. (9) !bid. (10) !bid., Libro I, cap. IV, núm. 14, p. 51.

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