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mandamos los castiguen con todo rigor, conforme a su delicto*. (Pam- plona, 1541, fol. 138 verso.) No sólo en el de Pamplona, también en otros Obispados se requería licencia y aprobación eclesiástica para ejercer este oficio de curandería, como nos lo declara el arriba citado P. Feijoo: «los Saludadores por lo común son examinados, o por los Señores Obispos, o por el Santo Tribunal» (I.c., pág. 8 ) . (Qué palabras, qué fórmulas eran las aprobadas? Lo ignoramos. Las que hemos recogido de curanderos populares dedicados a semejantes menes- teres nos parecen poco ortodoxas, no porque contengan conceptos teológi- camente heréticos, sino porque la virtud curativa va en ellas aneja a deter- minada práctica o rito, a cierto número de veces que se ha de recitar la fórmula medicinal, y todo ello en tales y cuales circunstancias. No olhtante prohibiciones eclesiásticas y acuerdos concejiles, las supers- .ticiones y los embaucamientos perduran mucho tiempo. En 1865 escribía Gorosabel sobre el procedimiento seguido por los saludadores para curar mordeduras de perro rabioso: «Todo el misterio de estos empíricos curan- deros se reduce a hacer una cisura en la parte que ha sido mordida por el perro rabioso, y chupan en ella todo cuanto pueden la sangre inficionada del veneno. Al propio tiempo, para dar a este acto cierto aire de religiosidad, invocan con una cruz a la Santísima Trinidad, así que a varios santos y santas, concluyendo con dar tres soplos». (Pablo Gorosabel, No t i c i ~ de l ~ s C o s ~ sMemorables de G~ipdzcoa, Tolosa, E. López, s. f., seis vols.; 1, pá- gina 359 SS. ) El mismo nos dice que en 1860 hubo en Goyaz de Guipúzcoa un fa- moso saludador, Antonio de Iraola. Fue llamado a Vizcaya a curar a un hombre mordido de perro rabioso. Hízole la acostumbrada opeFación, y el enfermo sanó. Había en la misma casa un perro de mala catadura, a quien los familiares del enfermo quisieron tener atado mientras el saludador perma- necía en ella; mas éste, fiado de su milagrosa virtud antirrabiosa, se empeñó en que el tal perro estuviera suelto. Andando, pues, nuestro saludador en estos menesteres, mordióle el perro en la cara; y a consecuencia de la he- rida, moría él a los 46 días. Con lo cual, dice Gorosabel, decayó la fe de aquellas gentes en esta suerte de curanderos. (I.c., pág. 360.) 3 " ... nola fu ematea saludadore enbusteroek, ta orreki libratuko dela errabiatik; tu egitea amiñek zenbait zeremonia sekreto edo orazione-itxura, tu iuildulco dela aurra". ... como el soplar los embusteros saludadores, y que con ello se librará de la rabia; y el practicar las viejas ciertos ritos secretos o falsas oraciones, y que se calmará el niño. De un sermón De superstitione, predicado en 1782 por Joaquín Lizarraga, párroco de Elcano (Navarra). (Sermonario inédito, conservado en el Colegio de Lecároz, p. 40.)

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