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P. JosÉ ANTONIO DE DONOSTIA palitos de ramos benditos. Cocido todo ello en un puchero, se hace una pomada. No como medicina, sino para hermosear los ojos o mejorar la vista, me decía mi madre haber oído que era buen remedio frotarlos con el huevo recién puesto de gallina, todavía caliente. ¿Que alguno de vuestros familiares tiene fiebre y no podéis hacerla bajar? Poned debajo de su cama durante 24 horas un sapo en un puchero. Si el sapo se hincha y muere, señal de haberse curado el paciente. ¿Deseáis que algún conocido vuestro que padece enfermedad larga ha- ga «para atrás o para adelante» - c omo dicen los caseros? Poned en la ven- tana una moneda de dos suses, para que se impregne de rocío. A la mañana siguiente, besad la moneda y echadla en el cepillo de la iglesia, Haciéndolo, el enfermo o cura pronto, o ( jtriste remedio! ) muere enseguida. Contra las enfermedades de nervios es muy recomendable meter un topo en un horno caliente y convertirlo en cenizas; beber éstas en un vaso de agua tibia, que se hizo hervir con un paquete de hilo bruto recién hilado. Para curar la enfermedad llamada txingola, «zona», es necesario que el paciente dé siete vueltas en torno de una mesa, llevando sobre la espalda a una persona que haya padecido la misma enfermedad. Si tenéis ciática, usad el remedio corriente en Ustaritz (Laburdi), que consiste en atarse en la pierna una cuerda de siete nudos. Así podía ir leyéndoos remedios y más remedios caseros, cuyo solo enunciado mueve a risa, y de muy lejana o nula probabilidad terapéutica. Los citados son, como si dijéramos, de medicina menor. Los hay más com- plicados, que llamaríamos de medicina mayor, por la aparatosidad y las fórmulas de que van revestidos. No entro a exponerlos, por no consentirlo el desarrollo normal del programa. Termino insistiendo en que estas fórmulas medicinales, todavía existen- tes en el País Vasco, no son patrimonio exclusivo nuestro. Con más o menos variantes las hallaréis extendidas por Europa. Indudablemente son antiguas, más de lo que nos imaginamos, puesto que decisiones episcopales y conci- liares de otros países, anteriores a las conocidas en nuestra tierra, condenan a brujos, hechiceros, saludadores, ensalmadores, etc., de quienes sin género de duda proceden las fórmulas que aún subsisten. De lo que no hablan ni las canciones ni los curanderos populares es de la música en cuanto remedio terapéutico. Se va a emplear dentro de unos
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